martes, 28 de febrero de 2017

Y el óscar a la mejor película es para….


Mira por donde cincuenta años después de protagonizar a dúo aquella famosa película que rememoraba las andanzas de dos maleantes amantes, Faye Dunaway Y Warren Beatty , esta pareja octogenaria, la vuelve a liar. Esta vez sin necesidad de armas ni de huidas vertiginosas de la policía. Sin precisar de atracos a gasolineras o a bancos, estos redivivos Bonnie Parker y Clyde Barrow prescinden de las balas y se sitúan sobre el pescante del escenario para soltar a modo de ráfaga el premio gordo de los óscar de esta edición. Ese momento supremo  que todo productor sueña ver convertido en cheque sin firma que reembolsará sus inversiones a modo de beneficios. Y todo parecerá previsible cuando ella, lance a la sala el título de la película ganadora. Él, tan seductor como de costumbre, sonreirá. Y  desde sus hoyuelos aplaudirá con todos los asistentes esta última entrega a modo de epílogo de una velada tan anodina como de costumbre. Los elefantes estrellados cumpliendo con su papel de embajadores de Hollywood ante el Mundo y todas las elegantes y todos los elegantes asintiendo. Puede que hastiados de tan larga espera o puede que encantados de volverse a ver a este lado del camarógrafo. La cuestión estriba en que lo único que desentonará en ese momento de cierre será el error. O mejor dicho, la rectificación del error. A lo hecho pecho. Y si dos voces autorizadas dan por ganadora a una película que no lo es, ¿a santo de qué viene desmentirlos? Habría que haber impedido el paso a ese señor que como un poseso arrebató el contenido del sobre al bueno de Warren y no contento con desmontar el espectáculo, además le dio la vuelta para acreditarse ante todos. ¡Qué poca profesionalidad! Si la has liado, lo mejor es dejar que siga la noche a ritmo de equívoco, y aquí paz y después gloria. Daban ganas de desmentir de nuevo al desmentidor oficial por inoportuno y metomentodo. Daban ganas de poner en marcha aquel Ford T y salir quemando rueda en pos de un escondite seguro para la estatuilla en cuestión. Me recordaba a alguna cara conocida cuya máxima virtud consiste en contar el final de un chiste para hacerse de notar. Imaginad que hubiese pasado aquel año de Eurovisión en el que Salomé compartió triunfo con cuatro más si alguien hubiese actuado igual. Posiblemente se habría desencadenado un conflicto sin parangón y aún estaríamos cavando trincheras para defender lo ganado. No pasó nada. Se repartieron cuatro como se podrían haber repartido quince o veinte. O acaso nadie de nosotros no tiene en alguna leja de su casa una estatuilla que lo acredita como el mejor padre, cónyuge, amigo, compañero, o lo que sea. Prohíban urgentemente el paso a semejantes individuos dispuestos a revelar verdades. Realmente, ¿a quién le interesan? 

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