viernes, 23 de junio de 2017

Mari

Sobre sus uno cincuenta y pocos se adivinan una serie interminable de vivencias que le dan forma. Menuda de esqueleto, toma posesión de la esquina anticipándose al sol como si de un duelo se tratase, sabiéndose ganadora al final de cada jornada. Cabalga sobre la plegable que sabe de sus sueños y que callada engrasa la cadena de un incesante traslado hacia la ilusión. Cubre su torso con la armadura de una piel ajada cargada de ayeres y una cota de cinco cifras la protege de la compasión. Ha conseguido abrirse camino tras haber transitado por las tortuosidades y como único pasaporte luce la sonrisa enmarcada por unas lentes que coqueta guarda. Mira fija a los ojos como si de ellos quisiera lanzar un mensaje adivinatorio o una respuesta a las preguntas que no le formula la vida. Vive en la libertad que decidió llevar en una época en la que la uniformidad parece exigirse a los comunes. Sus dedos lucen las huellas de las nicotinas que tantas veces compartiera con las noches en las que los interrogantes salieron en busca de no se sabe qué, de no se sabe quién. Los flecos de su pelo se diseminan como cataratas de escarchas descendiendo lentamente, ajenos a las prisas. Cada mañana cruzamos pupilas y en las suyas nace el perdón que no le solicito como si quisiera disculparse ante mi suerte esquiva. Bromeo, sonríe, amenazo con ignorarla, sabe que miento, y en ese tránsito de ida y regreso, el intercambio se convierte en pacto. Sospecha que ignoro las escasas posibilidades que tengo de éxito. Firma, cada vez que insisto, con la rúbrica de la amistad, y eso es suficiente. Puede que algún día, quizás algún día, la alineación de los cinco dígitos coincida con los arrancados al datáfono y entonces, sentirá que su deuda para conmigo está saldada. Craso error. La deuda ni existe ni se la voy a exigir a alguien que ha sabido demostrar cómo se viste de dignidad la esquina cada jornada antes de que los azulejos de la ventana la inviten a cambiar de puesto y emigrar a las sombras. Una vez más nos hemos cruzado. Una vez más la he vuelto a epitetar como “mi plan de pensiones”. Una vez más, de las muchas veces más que nos quedan, ambos sabremos que no siempre la suerte está  donde muchos la sueñan. La mayoría de las veces, la suerte, la esquiva suerte, está en coincidir con aquellas personas que ponen a  tus mañanas un marco de sonrisas desde un alféizar sobre el que Mari te sonríe y espera para sortearte  nuevas esperanzas.

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