Mari
Sobre sus uno cincuenta y pocos se adivinan una serie interminable de vivencias
que le dan forma. Menuda de esqueleto, toma posesión de la esquina
anticipándose al sol como si de un duelo se tratase, sabiéndose ganadora al
final de cada jornada. Cabalga sobre la plegable que sabe de sus sueños y que
callada engrasa la cadena de un incesante traslado hacia la ilusión. Cubre su
torso con la armadura de una piel ajada cargada de ayeres y una cota de cinco
cifras la protege de la compasión. Ha conseguido abrirse camino tras haber
transitado por las tortuosidades y como único pasaporte luce la sonrisa
enmarcada por unas lentes que coqueta guarda. Mira fija a los ojos como si de
ellos quisiera lanzar un mensaje adivinatorio o una respuesta a las preguntas
que no le formula la vida. Vive en la libertad que decidió llevar en una época
en la que la uniformidad parece exigirse a los comunes. Sus dedos lucen las
huellas de las nicotinas que tantas veces compartiera con las noches en las que
los interrogantes salieron en busca de no se sabe qué, de no se sabe quién. Los
flecos de su pelo se diseminan como cataratas de escarchas descendiendo
lentamente, ajenos a las prisas. Cada mañana cruzamos pupilas y en las suyas
nace el perdón que no le solicito como si quisiera disculparse ante mi suerte esquiva.
Bromeo, sonríe, amenazo con ignorarla, sabe que miento, y en ese tránsito de ida
y regreso, el intercambio se convierte en pacto. Sospecha que ignoro las
escasas posibilidades que tengo de éxito. Firma, cada vez que insisto, con la
rúbrica de la amistad, y eso es suficiente. Puede que algún día, quizás algún
día, la alineación de los cinco dígitos coincida con los arrancados al datáfono
y entonces, sentirá que su deuda para conmigo está saldada. Craso error. La deuda
ni existe ni se la voy a exigir a alguien que ha sabido demostrar cómo se viste
de dignidad la esquina cada jornada antes de que los azulejos de la ventana la
inviten a cambiar de puesto y emigrar a las sombras. Una vez más nos hemos cruzado.
Una vez más la he vuelto a epitetar como “mi plan de pensiones”. Una vez más,
de las muchas veces más que nos quedan, ambos sabremos que no siempre la suerte
está donde muchos la sueñan. La mayoría
de las veces, la suerte, la esquiva suerte, está en coincidir con aquellas
personas que ponen a tus mañanas un
marco de sonrisas desde un alféizar sobre el que Mari te sonríe y espera para sortearte
nuevas esperanzas.
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