Las notas
Esas advenedizas guadañas que amenazan la calma cada vez que Junio
concluye han llegado de nuevo. Como cuervos de vuelos cortos se aposentan sobre
las mochilas de quienes han jugado con fuego sin sospechar que se estaban quemando.
Las notas, las imponderables notas. Ellas, todas cargadas de argumentos, se
erigen en alguaciles de aquellos y aquellas que se sintieron cigarras en el periodo
de letargo invernal y ahora se verán como restos de un naufragio de nueve
meses. Parto doliente para unos y grato para otros en los que un peldaño más
será ascendido. Pero las preguntas son
obvias: ¿ascendido hacia dónde?, ¿hacia qué?, ¿para qué?, ¿en beneficio de
quién? De esas repuestas nadie o casi nadie se encarga y deberíamos empezar por
ahí. Unos modelos en los que se intentan combinar postulados en declive con
deseos inaceptables por los receptores, no tiene ni sentido ni cabida.
Currículos que en nada seducen se abren paso entre la desgana y el esfuerzo a
realizar debe ser supremo. ¿Notas, qué notas? ¿Las que siguen insistiendo en mirar hacia dentro
de los muros como si la verdad revelada careciese de reafirmación? ¿Las que
liman diferencias para que nadie destaque a peor y sea visto por lo que su propio
esfuerzo y rendimiento concluyen? ¿Las que buscan justificar abandonos de
responsabilidades y no quieren ver que estamos convirtiéndonos en ciegos en una
sociedad de tuertos? Los valores se han ido diluyendo hasta niveles de abandono
y los ejemplos circundantes abogan por una sociedad de individualismos egoístas.
Triunfos de aquellos que lucieron y siguen luciendo ternos desde los despachos
de caoba mirando sin ver o viendo sin querer entender. ¿Notas, qué notas?,
¿Para quiénes?, ¿Para cuándo? Aquí es donde llama a la puerta el desencanto y
el teclado duda si redondearlas o dejarlas tal cual. Entre unos y otros se han procurado un
cloroformo expansible para que nadie de dé cuenta de lo adormecidos que
permanecemos. ¿Notas?, ¿Hasta cuándo? Quizás sea llegado el momento de
recuperar los exámenes de septiembre y confeccionar una lista de posibles
repetidores. Igual si meditan durante un extenso verano sobre sus postulados
equívocos rectifiquen y sepan que el nivel lo marcan la honestidad, el esfuerzo
y la aplicación práctica de todos los valores aprendidos por encima de los
cofres atiborrados. Un curso más y una
esperanza menos de que el camino gire ciento ochenta grados. Mientras tanto,
los advenedizos a las tarimas, como profesores sin graduación fiable, seguirán
impartiendo porcentajes de éxitos que superarán ampliamente al de los propios
fracasos. El problema está en que cada día hay menos gente que cree en ellos.
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