Sin wifi
La tragedia que pocos podemos sospechar llega así, de improviso a
traición. No hay wifi. Acaba de abrirse el primer acto de una tragedia que nos
subyuga y amenaza sin compasión. Nuestros pasos diarios y habituales se
ralentizan y desorientados no sabemos qué hacer. Se nos ha cortado el cordón
umbilical del parto diario que supone estar en línea y vamos perdidos, sin
rumbo, como notas de un bolero condenados al ostracismo. Si nada lo remedia
daremos por perdido irremediablemente este día y será irrecuperable. La
urgencia de saberte ligado como nudo de una red ha sido saboteada por el camino
menos esperado. El parpadeo de las lucecitas parece estar dispuesto en modo
sarcástico como si el módem disfrutase de nuestra angustia creciente por
momentos. Buscamos sin encontrar el teléfono de averías y con algo de suerte
una voz no metálica ni mecánica se dispondrá a ayudarnos. Nueva decepción. El
nivel usuario que lucíamos ufanos se degrada hasta niveles de torpe total al no
ser capaces de entender ese nuevo lenguaje que nos insiste en poner al servicio
de la reparación. No hay remedio. Buscamos entre los cercanos a alguien que sea
capaz de traducir a la realidad lo que se nos escapa. La voz del otro lado,
haciendo gala de paciencia jobiana, se apiada de nosotros y reinicia una y otra
vez la explicación. Nada, no hay forma. El parpadeo sigue a su ritmo y la
ineficacia le sigue. Ya dudas entre darte por irrecuperable y cerrar la clase
como alumno suspenso o simular que todo ha sido comprendido a las mil maravillas
y el fallo está subsanado. Dices adiós
cortésmente y a los pocos segundos recuperas el aliento. En ese momento
percibes que un poco más arriba de tu entrecejo, unas baldas que hace tiempo
colocaste sustentan unos lomos encuadernados. Desde la silla lees la
verticalidad de los mismos y en algún caso refrescas la memoria de aquellas
letras y aquellos tiempos. La curiosidad se viene a ti y entre las dudas del
recuerdo tomas la decisión con firmeza. Echas atrás la silla, te levantas y lo
deslizas con cuidado. Sabes que quedó a medias y que quizás sea el momento de
darle su merecido. Así que abandonas el escritorio, te sientas en el rincón
favorito del sofá y sin más preámbulo emprendes el camino de la lectura
olvidada. Lanzas a modo de venganza un ¡a la mierda el wifi! Y te quedas más a
gusto de lo que tú mismo ni sospechabas. Por cierto, acaba de ponerse en
funcionamiento. Voy a seguir leyendo y si quiere, que espere, y si no, que le
den. El argumento es mucho más interesante de lo que a través de la pantalla
suele aparecer tan a menudo.
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