lunes, 5 de junio de 2017




Sin wifi



La tragedia que pocos podemos sospechar llega así, de improviso a traición. No hay wifi. Acaba de abrirse el primer acto de una tragedia que nos subyuga y amenaza sin compasión. Nuestros pasos diarios y habituales se ralentizan y desorientados no sabemos qué hacer. Se nos ha cortado el cordón umbilical del parto diario que supone estar en línea y vamos perdidos, sin rumbo, como notas de un bolero condenados al ostracismo. Si nada lo remedia daremos por perdido irremediablemente este día y será irrecuperable. La urgencia de saberte ligado como nudo de una red ha sido saboteada por el camino menos esperado. El parpadeo de las lucecitas parece estar dispuesto en modo sarcástico como si el módem disfrutase de nuestra angustia creciente por momentos. Buscamos sin encontrar el teléfono de averías y con algo de suerte una voz no metálica ni mecánica se dispondrá a ayudarnos. Nueva decepción. El nivel usuario que lucíamos ufanos se degrada hasta niveles de torpe total al no ser capaces de entender ese nuevo lenguaje que nos insiste en poner al servicio de la reparación. No hay remedio. Buscamos entre los cercanos a alguien que sea capaz de traducir a la realidad lo que se nos escapa. La voz del otro lado, haciendo gala de paciencia jobiana, se apiada de nosotros y reinicia una y otra vez la explicación. Nada, no hay forma. El parpadeo sigue a su ritmo y la ineficacia le sigue. Ya dudas entre darte por irrecuperable y cerrar la clase como alumno suspenso o simular que todo ha sido comprendido a las mil maravillas y el fallo está subsanado.  Dices adiós cortésmente y a los pocos segundos recuperas el aliento. En ese momento percibes que un poco más arriba de tu entrecejo, unas baldas que hace tiempo colocaste sustentan unos lomos encuadernados. Desde la silla lees la verticalidad de los mismos y en algún caso refrescas la memoria de aquellas letras y aquellos tiempos. La curiosidad se viene a ti y entre las dudas del recuerdo tomas la decisión con firmeza. Echas atrás la silla, te levantas y lo deslizas con cuidado. Sabes que quedó a medias y que quizás sea el momento de darle su merecido. Así que abandonas el escritorio, te sientas en el rincón favorito del sofá y sin más preámbulo emprendes el camino de la lectura olvidada. Lanzas a modo de venganza un ¡a la mierda el wifi! Y te quedas más a gusto de lo que tú mismo ni sospechabas. Por cierto, acaba de ponerse en funcionamiento. Voy a seguir leyendo y si quiere, que espere, y si no, que le den. El argumento es mucho más interesante de lo que a través de la pantalla suele aparecer tan a menudo.   

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