Relojes de pulsera y secuelas modernas de los mismos
Solían ser los que al enrollarse en tu muñeca daban fe de tu paso hacia
la pubertad. Regalo por antonomasia de comunionantes que lucías ufano aquel día
bajo las empuñaduras del uniforme de marino que nunca fuiste. La cuerda diaria
servía de alimento a aquellas mecánicas que ronroneaban contigo el paso del
tiempo. Un paso del tiempo que los fue convirtiendo en máquinas precisas,
mecanizadas, digitalizadas, orientalizadas y miles de zadas más hasta
convertirlos en lo que ahora son: una mezcla entre entrenadores personales y médicos de cabecera. En sus escasos
centímetros cuadrados se aglutinan los parámetros que darán cuenta de tu estado
físico nada más ojear la pantalla cromatizada al trasluz. Allí, como chivatos
espías, se agolparán pulsaciones, calorías, distancias, temperaturas, ánimos y
un sinfín de detalles para darte una visión exacta de lo que eres. Como si de
su exactitud dependiera tu supervivencia irán sumando medias para con ello
reprenderte cariñosamente o aplaudirte efusivamente. Atrás, olvidados, en un
tercer plano, los segundos, los minutos, e incluso las horas, serán relegados
de su primigenia tarea. Poco importará si marcan tal o cual tiempo salvo que
haga referencia al obtenido en un nuevo intento de superación atlética. Estás
atrapado desde la bobanilla y no hay escapatoria posible. Únicamente hallarás
reposo cuando el propio agotamiento de la batería le obligue a una recarga y ahí
sí, ahí, volverás a ser dueño de la situación. Podrás negarle el pan y el enganche
al usb y darte un respiro mientras dejas que medite su actuación para contigo.
El bluetooth se sentirá desconcertado
ante la pasividad que percibe y el gps no sabrá si sufre un error interno o ha
sido saboteado por algún desconocido. Momento de triunfo que saborearás desde
el primer instante. Nada te resultará
más gratificante que volver a recuperar el sosiego y dejar de lado ese
escrutinio médico-atlético que nunca sospechaste que llegaría tan lejos. En
todo caso, si es que lo necesitas, mirarás a ver si la posición del sol te
chiva la hora del día en la que te mueves y con esto tendrás más que suficiente. Has
sobrepasado el nivel cuatro de estupidez y empiezas a recobrar la sensatez. Enhorabuena.
Por cierto, creo que es la hora de tomar un café, y no es necesario mirar el
reloj para saberlo. Dentro de nada anochecerá y será el momento de sumar un día
más o restarlo según la visión que cada cual tenga de su propio paso del
tiempo.
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