viernes, 16 de junio de 2017


Relojes de pulsera y secuelas modernas de los mismos



Solían ser los que al enrollarse en tu muñeca daban fe de tu paso hacia la pubertad. Regalo por antonomasia de comunionantes que lucías ufano aquel día bajo las empuñaduras del uniforme de marino que nunca fuiste. La cuerda diaria servía de alimento a aquellas mecánicas que ronroneaban contigo el paso del tiempo. Un paso del tiempo que los fue convirtiendo en máquinas precisas, mecanizadas, digitalizadas, orientalizadas y miles de zadas más hasta convertirlos en lo que ahora son: una mezcla entre entrenadores personales y  médicos de cabecera. En sus escasos centímetros cuadrados se aglutinan los parámetros que darán cuenta de tu estado físico nada más ojear la pantalla cromatizada al trasluz. Allí, como chivatos espías, se agolparán pulsaciones, calorías, distancias, temperaturas, ánimos y un sinfín de detalles para darte una visión exacta de lo que eres. Como si de su exactitud dependiera tu supervivencia irán sumando medias para con ello reprenderte cariñosamente o aplaudirte efusivamente. Atrás, olvidados, en un tercer plano, los segundos, los minutos, e incluso las horas, serán relegados de su primigenia tarea. Poco importará si marcan tal o cual tiempo salvo que haga referencia al obtenido en un nuevo intento de superación atlética. Estás atrapado desde la bobanilla y no hay escapatoria posible. Únicamente hallarás reposo cuando el propio agotamiento de la batería le obligue a una recarga y ahí sí, ahí, volverás a ser dueño de la situación. Podrás negarle el pan y el enganche al usb y darte un respiro mientras dejas que medite su actuación para contigo. El bluetooth  se sentirá desconcertado ante la pasividad que percibe y el gps no sabrá si sufre un error interno o ha sido saboteado por algún desconocido. Momento de triunfo que saborearás desde el primer instante.  Nada te resultará más gratificante que volver a recuperar el sosiego y dejar de lado ese escrutinio médico-atlético que nunca sospechaste que llegaría tan lejos. En todo caso, si es que lo necesitas, mirarás a ver si la posición del sol te chiva la hora del día en la que te mueves  y con esto tendrás más que suficiente. Has sobrepasado el nivel cuatro de estupidez y empiezas a recobrar la sensatez. Enhorabuena. Por cierto, creo que es la hora de tomar un café, y no es necesario mirar el reloj para saberlo. Dentro de nada anochecerá y será el momento de sumar un día más o restarlo según la visión que cada cual tenga de su propio paso del tiempo.  

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