Ágata Rosa
Hay veces en las que la casualidad
sale a tu encuentro para llevarte a un destino llamado sorpresa. Hay veces en
las que los finales de Agosto anuncian a la primavera a las puertas de un otoño. Hay veces,
algunas veces, las mejores de las veces,
en las que te das cuenta de que has encontrado a la protagonista del séptimo
verso de aquel poema de Goytisolo y sonríes cada vez que lo recuerdas. Y todo
lo demás viene por añadidura hasta convertirse en amistad. Una amistad trenzada
desde las yemas hábiles de quien sabe sacarle a las gemas todo su valor
curativo cuando el ánimo decae o camina perdido. Solo es cuestión de dejarte
atrapar por el sonido del gong tibetano para sentir fluir la energía nacida de
la bondad de un corazón limpio. Tus dedos atraparán al cuarzo como si de un
amuleto mágico se tratase y de su pendular oscilación Ágata buscará el sosiego
de colores que la madre naturaleza propone. Poco importará si el bullicio cercano
intenta disuadir o entorpecer sus efectos. Las cartas boca arriba darán testimonio de la verdad
incuestionable. Sus ojos de mirada profunda ejercerán de luminarias de una
senda que hasta entonces creías asfaltada de sílex. Nada conseguirá que la paz
se niegue a llegar a ti cuando desde los mechones morados emerjan las
vibraciones. Y si el camino emprendido entre interrogantes tiene posibilidad de
ser transitado, ella, Ágata, te llevará de la mano. Los designios imponderables
no serán revertidos en truculentos mensajes en busca de esperanzas
irrealizables. Buscará entre lo etéreo lo más real que la parte anímica del ser
humano precisa y tantas veces olvida. Los hilos conductores que de sus amuletos
surjan no harán otra cosa que no sea el bien, callando a veces lo que sus pupilas
perciben y el pudor enmudece. Y eso, amigos míos, en los tiempos que vivimos es
un lujo a tener en cuenta y no dejar pasar. Un lujo solamente comparable a la
dicha de saber que un año más añade a su sabiduría. Puede que descalza camine
para seguir siendo la sacerdotisa de pies en tierra y pensamiento en vuelo.
Nada podrá impedir, os lo aseguro, que cada vez que os acerquéis a ella, un
halo de verdad os llegue mientras el eco de un bronce golpeado se adueña de
vuestras dudas para diluirlas entre sus manos. Si por un momento un mundo al revés fuese
posible veríais como llevaba razón el poeta al soñarlo y yo tengo la suerte de
disfrutarlo cada vez que me reencuentro con
ella.
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