Reguetón
Se ha colado como se suele colar lo inevitable. Tras el hecho
incuestionable de la evolución musical en busca de nuevo mercado, esta mezcla
de sonidos caribeños se ha posicionado en la cúspide de los cpmpases para mayor
gloria de los mismos. Se veía venir. Cada ciclo comienza, evoluciona y termina,
mal que nos pese a los amantes de un determinado tipo de música en la que nos
sentíamos a gusto, cómodos, reyes. A un primer indicio de que nuestro modelo
estaba caduco debimos hacerle caso y no mirar o escuchar para otro lado. Ese
momento sublime en el que la apertura de la puerta del garaje se aliaba con los
primeros tonos de tu música preferida; ese momento de duelo en el que los
ocupantes de los asientos traseros te demostraban a las claras su disconformidad
con el consabido “cambia de música, por fi”; ese instante de duda en el que te
sabías perdido sin remedio; todo indicaba lo que no querías aceptar. Los tuyos
habían crecido y tú te habías estancado como se estancaron los pantalones de
campana y la trenca en el fondo de tu armario. Así que derrotado dabas paso dabas
a la petición de tu sangre y dejabas pasar los kilómetros pidiendo al destino
que el sueño las venciese pronto. Puede que entonces, una vez avanzado en el
trayecto, te quedase alguna posibilidad de seguir escuchando aquellas canciones
que para ti fueron lo más y que ya no son ni lo menos. Procuraste ponerte a la
moda dejándote llevar por los consejos y fluctuaste por los indis , poperos, y
demás tendencias, no sin esfuerzo. Así hasta la fecha actual. Pensabas que todo
lo habías soportado y superado, hasta hoy. De buenas a primeras has comprobado
cómo todo el universo musical se ha poblado de timbres reguetonianos. No hay
escapatoria posible. Ni siquiera cuando buscas entre la guantera aquel anticipo de Perucho Conde titulado “La
cotorra criolla” tus ansias de modernidad son admitidas. Se ha impuesto como si
un tsunami lo hubiese acercado a nuestros tímpanos y goza de las prebendas de
su ciclo. Nada es capaz de detenerlo y quizá lo más aconsejable sería asumir tu
derrota. Por cualquier rincón debe estar aquel vaquero raído que avergonzado
guardaste y mira por dónde es el momento de recuperarlo. Con un poco de
contención respiratoria igual hasta te entra. Ya puedes empezar a buscar alguna
gorra adecuada, alguna quincalla que colocarte en el cuello o en los nudillos
y, si te atreves, a practicar ese cadencioso movimiento de caderas llamado
perreo. Más que nada, por no parecer lo que ya eres: alguien que está más cerca
de la meta que de la salida. A las letras no les hagas demasiado caso. Tampoco
vas a descubrir entre ellas las esencias poéticas del Parnaso. Esas
pertenecieron a otras épocas en las que el postureo cambiaba de estilo pero en
el fondo buscaban lo mismo. Termino por hoy. Acabo de abrir la ventana al sol
de Junio y desde el tercero izquierda me llegan los primeros compases
caribeños. No me puedo resistir, así que, me rindo definitivamente y comienzo a
bailar.
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