miércoles, 27 de diciembre de 2017


Tabarnia



Así, resumido brevemente, sería el nombre propuesto a una nueva Comunidad Autónoma segregada de la Cataluña actual. Estaría formada por las provincias de Tarragona y Barcelona y según sus promotores darían validez a aquellos que no se sienten independentistas y que en base al sistema electoral deben “cargar” con decisiones comunes que no comparten. Puede que el reparto de escaños que se sigue en base al sistema ideado por el jurista belga – y no es broma- Víctor d,Hondt  para unos sea justo y otros lo consideren errado. Seguidores y detractores nunca faltan en cualquier disputa y esta no iba a ser una excepción. Lo que no me acaba de cuadrar es que precisamente ahora que se ha refrendado una voluntad popular por segunda vez, este término salga a la luz. Más allá de los chistecitos al uso que han ido corriendo durante estos meses, el tema no deja de sonar a extraño. Me recuerda a aquellos juegos infantiles en los que el perdedor a punto de ser declarado como tal decidía cambiar las reglas. Unos callaban y otros aceptaban las decisiones del dueño del balón. Unos temían no volver a ser considerado amigo en un nuevo encuentro y  otros decidían cambiar de juego para restarle preponderancia al ya disputado. No sé, no sé. Pero realmente, viendo el mapa supuesto de este nuevo reino de taifas tengo la sensación de estar regresando al a época prerromana. Si siguen por este camino no sería de extrañar una nueva colonización fenicia, o griega, o cartaginesa. Imagino de nuevo un desfile de elefantes camino de Roma pagando el peaje de la AP-7, como si un nuevo Circo Ringling anduviese de gira por la costa mediterránea. A hacer puñetas los ancestros históricos si de lo que se trata es de buscar acomodo  a mis apetencias. Y visto lo visto, abriendo nuevas expectativas a futuras colonias nacientes en primera línea de playa, que siempre suponen un añadido. Será cuestión de localizar a trovadores que renazcan a la luz  las leyendas medievales hasta ahora acalladas por el desinterés de los gobernantes. Lo suyo será buscar entre las noblezas al más digno representante y entronizar una dinastía que dé valor a lo soñado. A no tardar, establecer entre los súbditos escalas sociales que sepan situar a cada uno en el lugar que le corresponde. Sin más dilación, dar por buenas las contiendas que seguro vendrán con los reinos vecinos y pactar enlaces que garanticen estabilidades. Pronto acudirán los heraldos que intentarán despertar conciencias y una vez más se establecerán las luchas cruentas que acaben con ellos. Puede que transcurran otros cuantos siglos y una vez dada la vuelta completa a la ruleta del infortunio, descubrir, mal que les pese, que esta historia se ha repetido varias veces. No pasará nada. Volveremos a escuchar discursos apaciguadores, victorias pírricas y nuevas estupideces desde la línea fronteriza de un nuevo estado llamado Gilipollandia. Al tiempo.

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