Las comidas de
empresa
Se puso de moda y como
moda perduran. Las comidas de empresa, las catalizadoras del buen rollo, las desmaquilladoras
de rostros que tan pulcros aparecen a diario, ya están aquí de nuevo. Como si fuese
necesario un aparte para comprobar quién es quién en tu entorno laboral se nos
ofrecen para dar paso al teatro de la cordialidad entorno a una mesa bien
servida y mejor regada. Lo del menú será lo de menos. No estamos en época de dispendios
y el cierre del precio irá acorde con la necesidad de estar siendo uno más de la
lista de asistentes. Los platos a compartir estarán aderezados con los
ingredientes más variopintos que las nuevas tendencias aconsejen. No faltarán ingredientes
transoceánicos que aporten un plus de encanto y todo girará en la banalidad de
lo cordial. Al menos hasta que los
alcoholes diseminados sobre los manteles
no hagan acto de presencia, las mismas caras, los mismos bustos, servirán de
cromo a este álbum abierto. Poco a poco las mejillas se tornasolarán y las
conversaciones se circunscribirán a la cercanía de quien comparte el pan que
nunca sabes a qué dueño pertenece. Lo normal será seguir dándole vueltas a lo
ya sabido para no pecar de transgresor de la norma y aquí creo que radica el
primer fallo. Más bien se debería abrir la jaula de disconformidades y empezar
a lanzar dardos a barlovento y sotavento. Antes de que llegase el plato
principal, aquello que se descorchó como concilio comenzaría a tomar tintes
bélicos sin posibilidad de banderas blancas. Refriegas sin cuartel mientras el
codillo o la merluza rebozada se verían incapaces de poner paz en esa mesa redonda
por la que circularían cicutas en las miradas y cuchicheos. Molaría, ¿eh? Y ya
de paso, mientras otras botellas de vino fuesen desfilando hacia los gaznates,
alguien propondría realizar una cada trimestre, o mejor cada mes. Y algún osado
propondría que mejor una cena para seguir a la luz de la noche con la catarsis
emprendida. Me estoy imaginando las caras de asombro de las etiquetas de las
ginebras, vodkas, wiskies, o mojitos, que darían por buena la velada. De cualquier
modo, esta comida de empresa no será más que la antesala de las comidas y cenas
familiares en las que el guion se repetirá. No pasará nada que no se pueda
solucionar en estas vísperas navideñas en las que todo será paz y armonía. Ya
vendrá el momento de repescar del saco de los agravios aquello que la lengua
desató y los oídos retuvieron. Así que, visto lo visto, creo que lo ideal sería
configurar unas jornadas de convivencia en las que la comida de empresa fuese
un apartado más, pero no el único. Este es el momento y no será cuestión de aplazarlo
uno más. Por cierto, el tema de amigo invisible, ya lo tocaré otro día. O
mejor, el del enemigo visible, que mola más.
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