Las urnas cuatribarradas
Ya llegó la cita, la segunda cita,
la cita de las citas con las urnas cuatribarradas y hoy toca reflexionar. Sí,
reflexionar para dar salida a unas ideas que están tan claras en un bando como
difusas en el otro o en los otros que parecen ser uno sin serlo. Se trata de
dar cumplida cuenta a las expectativas de unas generaciones o continuar por el
camino transitado por aquellas que nunca pensaron que llegaría este momento. Se
equivocaron al ningunear la fuerza de las utopías y llegarán tarde a ponerles
freno. Pensaron que saldrían del error aquellos a quienes pretendieron tildar
de ilusos cuando no quisieron ver qué tipo de ilusiones ofrecían a los tímpanos
deseosos de oírlas y hacerlas reales. Será, según pronostican, un empate
técnico que no supondrá más que un nuevo receso en el camino emprendido hacia
la meta que tiempo atrás trazaron y que acabarán traspasando victoriosos. Ganarán
porque cuantos debieron prestar atención
se conformaron con mirar hacia otro lado como si de ellos no dependiera el
trazado de esa senda. Y por si aquel error no les fue suficiente, se han ido
cubriendo con capas de actuaciones que suenan más a castigos que a serenas
posturas. Una de las partes tiene claro su fin. Otras de las partes tienen
claros sus fines que distan mucho de ser único. Poco importará si se tarda más
o menos en aceptar esta situación. Poco importará si los despachos europeos
siguen jugando a favor de corriente. Poco importará si a los convencidos de su
causa el exilio capitalista se les muestra como la antesala del peor de los
infiernos. Juegan la baza del sentimiento y al sentimiento sólo se le conquista
desde el corazón. Se sienten como son y se les considera como no se sienten, y
ahí se redunda en el error una vez más. Podrían recontarse ya los votos no
emitidos para levantar un acta notarial que se firmaría sobre un tapete
amarillo. Y si por un casual la holgura de resultados a favor del adiós no fuese
suficiente, daría lo mismo. Están tan convencidos de sus proclamas que será
cuestión de tiempo hacerlas realidad. Podrán pensar los que se sustentan sobre
la norma cuarentona que la culpa de su derrota la tiene la falta de compromiso
de tales o cuales siglas de sus socios momentáneos y no creíbles. Se mirarán
con el recelo que invade al derrotado que busca en el aliado al responsable de
su debacle. Pondrán sobre sus pupilas el
catalejo empañado para no querer ver lo evidente. Poco a poco se irán
convirtiendo en la copia mala de John Silver sin saber dónde escondieron su
tesoro. Afilarán el garfio, entrenarán al loro en la proclama erradamente benefactora
y pulirán su pata de palo sin darse
cuenta de que aquel galeón que consideraron amarrado fieramente a su puerto ha
emprendido la ruta y no regresará. Y verán con lamentos cómo la bandera que
imaginaban calavérica y tibiamente cruzada, ahora luce cuatro líneas rojas
sobre fondo amarillo.
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