miércoles, 20 de diciembre de 2017


Las urnas cuatribarradas



Ya llegó la cita, la segunda cita, la cita de las citas con las urnas cuatribarradas y hoy toca reflexionar. Sí, reflexionar para dar salida a unas ideas que están tan claras en un bando como difusas en el otro o en los otros que parecen ser uno sin serlo. Se trata de dar cumplida cuenta a las expectativas de unas generaciones o continuar por el camino transitado por aquellas que nunca pensaron que llegaría este momento. Se equivocaron al ningunear la fuerza de las utopías y llegarán tarde a ponerles freno. Pensaron que saldrían del error aquellos a quienes pretendieron tildar de ilusos cuando no quisieron ver qué tipo de ilusiones ofrecían a los tímpanos deseosos de oírlas y hacerlas reales. Será, según pronostican, un empate técnico que no supondrá más que un nuevo receso en el camino emprendido hacia la meta que tiempo atrás trazaron y que acabarán traspasando victoriosos. Ganarán porque  cuantos debieron prestar atención se conformaron con mirar hacia otro lado como si de ellos no dependiera el trazado de esa senda. Y por si aquel error no les fue suficiente, se han ido cubriendo con capas de actuaciones que suenan más a castigos que a serenas posturas. Una de las partes tiene claro su fin. Otras de las partes tienen claros sus fines que distan mucho de ser único. Poco importará si se tarda más o menos en aceptar esta situación. Poco importará si los despachos europeos siguen jugando a favor de corriente. Poco importará si a los convencidos de su causa el exilio capitalista se les muestra como la antesala del peor de los infiernos. Juegan la baza del sentimiento y al sentimiento sólo se le conquista desde el corazón. Se sienten como son y se les considera como no se sienten, y ahí se redunda en el error una vez más. Podrían recontarse ya los votos no emitidos para levantar un acta notarial que se firmaría sobre un tapete amarillo. Y si por un casual la holgura de resultados a favor del adiós no fuese suficiente, daría lo mismo. Están tan convencidos de sus proclamas que será cuestión de tiempo hacerlas realidad. Podrán pensar los que se sustentan sobre la norma cuarentona que la culpa de su derrota la tiene la falta de compromiso de tales o cuales siglas de sus socios momentáneos y no creíbles. Se mirarán con el recelo que invade al derrotado que busca en el aliado al responsable de su debacle.  Pondrán sobre sus pupilas el catalejo empañado para no querer ver lo evidente. Poco a poco se irán convirtiendo en la copia mala de John Silver sin saber dónde escondieron su tesoro. Afilarán el garfio, entrenarán al loro en la proclama erradamente benefactora  y pulirán su pata de palo sin darse cuenta de que aquel galeón que consideraron amarrado fieramente a su puerto ha emprendido la ruta y no regresará. Y verán con lamentos cómo la bandera que imaginaban calavérica y tibiamente cruzada, ahora luce cuatro líneas rojas sobre fondo amarillo.

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