domingo, 3 de diciembre de 2017


Las cuarentonas



Son las que una mañana se despiertan alborozadas y al comprobar que han entrado en ese decenio de vida se lanzan interrogantes y esperan aplausos. Se saben atractivas porque desde siempre se lo han hecho saber quienes las vieron nacer, quienes las acompañaron en sus dudas  juveniles, quienes las admitieron sin remilgos entre sus brazos. Lo saben y se reafirman en ello a la más mínima ocasión. En el peor de los casos se consuelan con imaginar cómo aquellas que intentan usurparles sus gracias, quienes las sustituirán irremediablemente, se muestran ante  todos como prematuras incógnitas a las que no temer. Ni de lejos sospechan que pudieran verse en ese mismo trance, en ese mismo juicio de valor. Ellas, emblemas de sueños robados e inalcanzables para tantos, siguieron su curso. Podría pensarse que pactaron con el diablo una eterna juventud a cambio del alma. Y si llegado el caso deciden mirar de frente a los que les igualan en edad, la sonrisa burlona, la mirada compasiva, les sale de dentro. Viven en una nube de certezas que han ido colocando sobre sus sueños y poco importa que las tilden de lo que no son. Mantienen un orden en sus decisiones que les aporta la seguridad y dicha seguridad intentan hacerla expansiva a los cercanos. Siempre hay algún cercano que las sigue viendo como las pizpiretas que fueron y a la que se les niegan arrugas. Sería reconocer que ellos también han envejecido y por ello se disfrazan en el permanente carnaval de la autocomplacencia. Y solamente cuando la espontaneidad de los niños o adolescentes cercanos les hacen ver la realidad, solamente entonces, las dudas les asaltan. A ellas porque por fin se dan cuenta de que les urge un tinte disimulador de canas, unas cremas revitalizantes, unos tapaojeras y un cambio inmediato de su fondo de armario. A los faunos que alababan sus virtudes, sin más dilación, una visita al oftalmólogo y una mirada a su alrededor para verificar más allá de sus inseguridades, el auténtico sentido del presente. Entonces, unos y otras, en el mejor de los casos, en el recogimiento de su espacio más íntimo, el espejo les responderá lo que tantas veces han obviado escuchar. Quizás cuando una nace a comienzos de diciembre tiene sobre sí un problema añadido al considerar al último mes del año como el primero de la primavera. Necesitan un análisis en profundidad, una mirada tierna al álbum de fotos de su juventud y una asunción sincera del paso del tiempo. Si, sé de muchas que no lo han hecho. Sé de muchos que siguen con sus lisonjas mentiras disfrazadas de verdad. Pero todas y todos saben que su tiempo pasó y nada hay peor que pecar de ridículos al no quererlo reconocer.          

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