Las cuarentonas
Son las que una
mañana se despiertan alborozadas y al comprobar que han entrado en ese decenio
de vida se lanzan interrogantes y esperan aplausos. Se saben atractivas porque
desde siempre se lo han hecho saber quienes las vieron nacer, quienes las
acompañaron en sus dudas juveniles,
quienes las admitieron sin remilgos entre sus brazos. Lo saben y se reafirman
en ello a la más mínima ocasión. En el peor de los casos se consuelan con imaginar
cómo aquellas que intentan usurparles sus gracias, quienes las sustituirán
irremediablemente, se muestran ante todos como prematuras incógnitas a las que no
temer. Ni de lejos sospechan que pudieran verse en ese mismo trance, en ese
mismo juicio de valor. Ellas, emblemas de sueños robados e inalcanzables para
tantos, siguieron su curso. Podría pensarse que pactaron con el diablo una eterna
juventud a cambio del alma. Y si llegado el caso deciden mirar de frente a los
que les igualan en edad, la sonrisa burlona, la mirada compasiva, les sale de
dentro. Viven en una nube de certezas que han ido colocando sobre sus sueños y
poco importa que las tilden de lo que no son. Mantienen un orden en sus
decisiones que les aporta la seguridad y dicha seguridad intentan hacerla
expansiva a los cercanos. Siempre hay algún cercano que las sigue viendo como las
pizpiretas que fueron y a la que se les niegan arrugas. Sería reconocer que
ellos también han envejecido y por ello se disfrazan en el permanente carnaval
de la autocomplacencia. Y solamente cuando la espontaneidad de los niños o
adolescentes cercanos les hacen ver la realidad, solamente entonces, las dudas
les asaltan. A ellas porque por fin se dan cuenta de que les urge un tinte
disimulador de canas, unas cremas revitalizantes, unos tapaojeras y un cambio inmediato
de su fondo de armario. A los faunos que alababan sus virtudes, sin más
dilación, una visita al oftalmólogo y una mirada a su alrededor para verificar
más allá de sus inseguridades, el auténtico sentido del presente. Entonces, unos
y otras, en el mejor de los casos, en el recogimiento de su espacio más íntimo,
el espejo les responderá lo que tantas veces han obviado escuchar. Quizás
cuando una nace a comienzos de diciembre tiene sobre sí un problema añadido al
considerar al último mes del año como el primero de la primavera. Necesitan un
análisis en profundidad, una mirada tierna al álbum de fotos de su juventud y
una asunción sincera del paso del tiempo. Si, sé de muchas que no lo han hecho.
Sé de muchos que siguen con sus lisonjas mentiras disfrazadas de verdad. Pero
todas y todos saben que su tiempo pasó y nada hay peor que pecar de ridículos
al no quererlo reconocer.
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