Suicidarse
Durante la lectura
del veredicto Slobodan Praljak se levantó gritando, bebió un líquido y dijo que
él no era culpable de crímenes de guerra. Último brindis y una sensación
absurda entre los testigos que todavía se están preguntando qué falló en la
prevención de semejante respuesta. No debió parecerle adecuado al tribunal que
el acusado se saltase las reglas y se inmolase ante las cámaras dejando a los
magistrados con una cara de qué está pasando aquí de la que tardaron en
reponerse. Quizás si hubiesen indagado un poco en la historia de los suicidas
más o menos famosos habrían descubierto formas elegantes, chabacanas, fallidas
o radicales, de poner fin a los días de modo voluntario. Dejando a un lado la
plasticidad y puesta en escena de las estrellas del rock o la necesidad
imperiosa de hacerse de notar de los modernistas jovenzuelos, más de un
suicidio sería merecedor de atenciones. Así, por ejemplo, el de Horacio
Quiroga, que tras ver desfilar ante sí el cadáver autocartucheado de su padre,
la imitación por parte de su `padrastro en la forma de matarse años más tarde,
la ingesta de líquido revelador de fotografías por parte de su mujer, el suicidio de su amiga Alfonsina
Storni, la ingestión de arsénico de su amigo del alma, decide no defraudar al
karma y se marca un lingotazo de cianuro. Si nos paramos en la biografía de
Raymond Roussel notamos lo expeditivo que fue su adiós al ingerir unas setenta
y seis ampollas de medicamentos simultáneamente y con efectos inmediatos.
Probablemente no hizo caso a los efectos secundarios o quizás por ello siguió
las indicaciones de los prospectos. Si nos
trasladamos al lejano Oriente, Yukio Mishima decide poner fin a sus días, pero
lentamente. Se practica un harakiri al que le seguiría una decapitación por
encargo a un torpe amigo que falló tres veces con la katana. A la cuarta, el
pescuezo le fue rebanado tal y como solicitaba. De Hitler y Eva Braun no diré
nada más por lo escasamente operístico que resultó su suicidio. Bastantes
realizaron sin permiso en quienes no lo merecían ni solicitaron. Attila József, revolucionario
poeta húngaro, no es que fuese un destacado suicida. Tuvo tres intentos. El
primero agotando todas las aspirinas que
logró reunir e ingiriéndolas de golpe. Se le quitaron los dolores de cabeza,
sufrió algún ardor de estómago pero no falleció. Probó entonces con un veneno
que en nada le afectó y no se resignó a su mala suerte. Esperó ser seccionado
por el tren que se detuvo averiado algunas estaciones antes, y tampoco pudo.
Por fin, y siendo persistente, otro convoy ferroviario acabó con sus días, tal
y como llevaba tiempo deseando. Nicolás de Chamfort , durante la
Revolución Francesa, se opone al Terror de Robespierre y es encarcelado durante
un breve periodo de tiempo. Le aterra la posibilidad de volver a ser detenido y
procesado, se pega un tiro en el paladar, con tan mala suerte que se destroza
la nariz y la mandíbula pero no se mata. Toma entonces un abrecartas de su
escritorio y se apuñala varias veces en el cuello, sin éxito. Desesperado, lo intenta
en el pecho y en la pierna, pero pierde la consciencia antes de conseguir
matarse. John Berryman, con doce años descubre
que su padre acaba de pegarse un tiro y
esto le marca de un modo tan intenso que al cabo de los años se lanza desde lo
alto de un puente al río Missisipi, no cae al agua y muere asfixiado con la
cabeza atrapada en el barro de la orilla. Sean cuales sean las formas, si el
fin se consigue, el propio suicida las dará por buenas. Y si dejamos de lado
los convencionalismos moralizantes que lo penalizan, el suicido, además de
suponer un acto heroico propio de valientes, es la última voluntad del ser
humano y por lo tanto se ha de respetar. Con un poco de suerte creará
jurisprudencia y más de uno podrá valorar si lo merece o no. De momento, aquí
dejo las opciones y sobre todo las precauciones a tomar en caso de que alguien decida
despedirse sin fallo alguno. Más que nada para no dejar en su sepelio ese halo
de estupidez que supone el lagrimeo no sentido. Mejor legar una carcajada como
epitafio.
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