sábado, 23 de diciembre de 2017


Si yo fuera presidente



Qué gran programa aquel que nos trajo Fernando García Tola a la televisión, qué gran programa. En él, a modo de catarsis pública, las quejas de los ciudadanos cobrarán voz a través de las ondas televisivas. Y entre canción y canción de unos ácratas nacidos de La Mandrágora, se daba voz a quienes de normal no la tienen o no tenemos. En dicho programa se ponía especial énfasis en marcar a fuego los dislates de los mandamases intentando que la soberbia no les hiciese rehenes y al menos reflexionasen sobre sus actos. Sotanas, Reales Federaciones o Hemiciclos leonados, tuvieron cumplido repaso y un aire fresco nos llegaba en cada día de emisión. Años ochenta cargados de ansias de libertad. Años ochenta en los que la crítica era bien recibida y en alguna ocasión tenida en cuenta. Años ochenta que alumbraron esperanzas que poco a poco fueron quedándose en sueños rotos. Años ochenta que jamás sospecharían cumplir con el deseo de renacimiento tres decenios después, visto lo visto, y oído lo escuchado. La voz de su amo que se pierde en diatribas sesudas para no hablar claramente como si se temiese alguna reacción en contra. Deseos de poder ser presidente por un momento y al menos sincerarse con la mayoría que huyó de ti para explicarles cómo la culpa de tu fracaso no es de nadie diferente a ti. Asunción de errores que la soberbia evita y los corifeos esconden entonando hacia otro lado. Disculpas que carecen de sentido cuando se han cometido tantos errores de bulto que nadie es capaz de creerlas. Miradas a los ojos de los propios para que los propios te sigan diciendo que lo estás haciendo muy bien, muy bien. Amistades peligrosas, sin duda. Amistades súbditas que no son de fiar y que te están llevando en volandas hacia el precipicio sin que nadie lo quiera poner de manifiesto. La culpa, pues, del chachachá, que nadie nos invitó a bailar. Igual es que los acordes del mismo no acompasaban a los pasos de baile y más de un pisotón se sorteaba. Reflexionar a posteriori no interesa para no redundar en la penitencia de reconocer el error. Pero dejarse llevar por excusas inasumibles como queriendo ver lo que no existe es una torpeza aún mayor. Por eso, si yo fuera presidente, y nada más lejos de mí que soñar con serlo, por lo menos  pondría como himno repetitivo “Círculo vicioso”. Quizás a partir de entonces entendiese por qué estoy de jefe y comprobase que mi caballo es de cartón piedra; a nada que vengan las lluvias, se vendrá abajo y yo aterrizaré en el lodo. Mientras esa quimera vuelve a perderse en aras de la esperanza, rescataré de la videoteca algún capítulo de aquel programa y respiraré de nuevo.

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