Ya no te extraño
Aunque creo que dejé
de extrañarte desde aquel día en el que nuestros caminos decidieron nuevas
rutas. No fue una decisión premeditada pero ambos sabíamos que más pronto que
tarde llegaría. Así, sin más, sin una última caricia de mis yemas, todo acabó.
Los latidos que tu presencia provocaba en mi pecho cesaron y todo comenzó a
dejar de ser para ser de nuevo. No hubo reproches porque nada había que
reprocharse. Igual que el destino quiso unirnos, ese mismo destino, ese
caprichoso destino, decidía poner un pestillo en la puerta del regreso. Inútiles fueron tus miradas a las que no
respondí. El interrogante se plasmaba como celofán doliente en ese rostro que
todas las mañanas, silencioso, expectante, reclamaba la llama que le diese vida,
para írmela quitando. Impulsos que nadie sabe responder cuando las respuestas
ni se precisan ni se exigen me llevaron a tomar la decisión de la que no me
arrepiento. De nada serviría arrepentirse cuando el legado asfalta tu
respiración como si el alquitrán quisiera adueñarse del resto de tu vida. No,
no me duele reconocer cuán unido estaba a ti, cuánto te extrañaba si
desaparecías por los rincones y en mi búsqueda no te encontraba, cuán perdido
vagaba entre los desvelos de la duda. Te compartí tantas veces que llegué a pensar
que a nadie pertenecías y a todos nos subyugabas. Y ya ves, aquí me tienes de
nuevo, sin reproches, sin recriminaciones, desde la serenidad del recuerdo
amable y el adiós definitivo. Diez años desde aquel dos de diciembre en el que
las nieves anunciaron el fin de un ciclo y el nacimiento de una nueva esperanza,
de un nuevo horizonte más azul, más abierto, más libre. Debería agradecerte la
entrega generosa de los años en los que las volutas de la inconsciencia nos
unieron para que alejes de ti todo sentimiento de culpa. Si alguien fue
culpable, fui yo. Me dejé seducir y desperté con el tiempo. Y ese mismo tiempo
ya transcurrido es el que ha decidido escribir por mí esta misiva. No es
necesario que respondas a la misma. Sabes que nunca has sido de hacerte de
notar, que tu misión seductora la ejerciste desde el silencio, que nadie que no
haya caído irremediablemente ante tus encantos, será capaz de comprender la
alegría que supuso alejarme de ti. De tus hermanas, nada sé desde aquel día.
Quiero pensar que habrán encontrado acomodo en otros brazos y caricias en otros
labios. Siempre fuisteis la imagen viva de la seducción y la resistirse a la
tentación es el peor de los castigos. Si las veo por ahí, las saludaré
cortésmente. Cuando sepan, cuando vean que mis dedos ya no lucen el tono
amarillo que de ti provenía, sabrán que ya formas parte de mi pasado definitivamente.
Hoy, 2 de diciembre, me felicito soplando diez velas y sonrío por ello.
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