El amigo invisible
Se puso de moda como añadido a la
compulsión de las compras y ya se ha instalado entre nosotros para perpetuarse.
El amigo invisible, ese ser casi ignorado que presume de conocer nuestros
gustos y quizás nuestros disgustos, se hace dueño del carcaj, lo inunda de
flechas y sale a la caza. El secretismo
impondrá su ley para no desvelar el nombre de la diana y cada quien buscará
aquello que sea más acorde. Se tratará de descubrir aquel aderezo oculto de la
personalidad destinataria para hacer realidad la salida a la luz de la
desvergüenza. Por unos días se vestirán con la gabardina de meticulosos
detectives escrutadores de posibilidades y quizás esperanzas de recepciones. Si
entre ellos abunda el espíritu travieso, puede que se hayan intercambiado
remites para darle un poco más de enjundia al desvelo final. Adornos,
complementos y filigranas se esconderán por los rincones por tan sabidos
ignorados de la casa a la espera de su salida a la hora de los postres. Del
límite impuesto como acuerdo parlamentario, nadie hizo caso. Cada cual ha gastado
lo que le ha dado la gana una vez que ha lanzado el eureka revelador del acierto en la elección. Qué más
da si la cara de envidia se muestra como mueca entre los invitados a la mesa
turronada. Qué más da si alguien reprime sus deseos de cambio inmediato por
sentarle a cuerno quemado su mirra. Qué más da si silenciosamente se planifica
la venganza a un año vista. Lo importante será echarse a la cara el variopinto
clown que cada uno llevamos tatuado y tan pocas veces dejamos salir. No será
necesaria la ayuda del ágape cuando los envoltorios sean destrozados y la
sorpresa suba al mantel. Por un momento, alguien pensó para nosotros y nosotros
saltaremos de víctimas a verdugos por riguroso turno. Con cierto disimulo, a la
hora de recoger, entre los papeles y bolsas reciclables, irá el regalo que tan
poco nos ha gustado camino de la depuradora. Todo meditado, todo a mitad de
otro brindis, todo en armonía navideña. Y ya cuando estés a punto de abrir el
contenedor y mandar al más allá al regalo odiado, saltará la idea genial,
perversa, maquiavélica e insospechada. Volverás a ascender a casa con el objeto
en cuestión, fingirás una emoción que no sientes y callarás para ti un “ya sé para quien vas a ser”. La carcajada
última sonará a agradecimiento y de eso se trata. Entre los restos del
naufragio, una tarjeta que reza “tu amigo invisible” te mirará directa a los
ojos. La asirás y puede que logres disimular el rictus de venganza que se te
adivina. Sólo tienes que esperar un año, así que, tranquilo.
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