lunes, 18 de diciembre de 2017


Hasta el culo

Ese podría ser el titular que resumiera la imagen que desconocía de mí mismo hasta que ella me sacó de dudas. La mañana se había planteado de lo más tranquila y soleada hasta que una serie de acontecimientos dispusieron lo contrario. Ya se sabe, vorágine de urgencias de penúltimas horas, que te llevan a seguir con las urgencias urgentes que siempre aparecen. De aquí para allá como si no hubiera un mañana y el frío negándole paso al sol compasivo. Son fechas de ello y no era plan de protestar cuando todavía estamos en vísperas por más que asumamos nuestro papel de damnificado por los excesos. De modo que en una parada previa al recogimiento casero me detuve. Y en la espera vi de refilón cómo un atuendo rockero caminaba sin rumbo en busca de no sabía qué hacia no sabía dónde. Hice oídos sordos a la salutación de su popa para no dar pie a recriminaciones y di por válido el trueno anunciador mientras seguía su ruta. Yo, a lo mío, simulando ser el lagarto Guancho afelpado, enguantado,  encasquetado y aterido. Y a varios metros, ella. Un atuendo pseudohippie, dos mochilas floridas, un gorrito de lana y una mirada saetera directa hacia mí. Yo esperando su pregunta sobre la localización del refugio de homeless más próximo y antes de saludarnos, me espetó de golpe su “treinta gramos, trescientos euros”, creo que dijo. Mi cara de imbécil debió ser poco creíble cuando callé mi respuesta y ella incidió en la oferta. No sé si el precio estaba acorde a lo que dicta el mercado por no haber jugado nunca a la bolsa de los estupefacientes pero estupefacto sí que me quedé. Sin saber qué decirle, simplemente le dije que no participaba de dichas adicciones y pareció no creerme. Miró hacia el casco que me otorgaba abrigo y aspecto de alienígena y comenzó su perorata de quejas pensando que le regateaba el precio. Bajó la oferta y mis ojos no dejaron de posarse sobre sus manos que permanecían escondidas en sus bolsillos. No sabiendo muy bien qué podía surgir de ellos, jugué a la ruleta rusa espetándole un “no consumo” y allí se desató su ira. “No lo niegues; estás puesto hasta el culo de coca y no eres capaz de reconocerlo, roñoso”, me dijo. Aquello tomaba tintes surrealistas y estuve a punto de entablar la negociación para que no se sintiese doblemente defraudada. De modo que, una réplica de mars attack mía y una réplica de Janis Joplin suya, se enfrentaban en un duelo sin cuartel en este O.K. Corral que trazaban los tibios rayos del mediodía. Lentamente se alejó. Y en mí permanece la duda. No sé si el precio era el adecuado, ni sé si era portadora de tales polvos de talco, ni sé si salirle al encuentro esta tarde para darle continuidad a este capítulo. Si decido seguir esta última opción, de paso, le aconsejaré al amigo que la precedía unas grageas disolventes para evitar nuevas mascletás fuera de tiempo. Más que nada para no confundir al calendario y dar credibilidad a este guión improvisado.  

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