Hasta el culo
Ese podría ser el titular que
resumiera la imagen que desconocía de mí mismo hasta que ella me sacó de dudas.
La mañana se había planteado de lo más tranquila y soleada hasta que una serie
de acontecimientos dispusieron lo contrario. Ya se sabe, vorágine de urgencias
de penúltimas horas, que te llevan a seguir con las urgencias urgentes que
siempre aparecen. De aquí para allá como si no hubiera un mañana y el frío
negándole paso al sol compasivo. Son fechas de ello y no era plan de protestar
cuando todavía estamos en vísperas por más que asumamos nuestro papel de
damnificado por los excesos. De modo que en una parada previa al recogimiento
casero me detuve. Y en la espera vi de refilón cómo un atuendo rockero caminaba
sin rumbo en busca de no sabía qué hacia no sabía dónde. Hice oídos sordos a la
salutación de su popa para no dar pie a recriminaciones y di por válido el
trueno anunciador mientras seguía su ruta. Yo, a lo mío, simulando ser el
lagarto Guancho afelpado, enguantado, encasquetado y aterido. Y a varios metros,
ella. Un atuendo pseudohippie, dos mochilas floridas, un gorrito de lana y una
mirada saetera directa hacia mí. Yo esperando su pregunta sobre la localización
del refugio de homeless más próximo y antes de saludarnos, me espetó de golpe
su “treinta gramos, trescientos euros”, creo que dijo. Mi cara de imbécil debió
ser poco creíble cuando callé mi respuesta y ella incidió en la oferta. No sé
si el precio estaba acorde a lo que dicta el mercado por no haber jugado nunca
a la bolsa de los estupefacientes pero estupefacto sí que me quedé. Sin saber
qué decirle, simplemente le dije que no participaba de dichas adicciones y
pareció no creerme. Miró hacia el casco que me otorgaba abrigo y aspecto de
alienígena y comenzó su perorata de quejas pensando que le regateaba el precio.
Bajó la oferta y mis ojos no dejaron de posarse sobre sus manos que permanecían
escondidas en sus bolsillos. No sabiendo muy bien qué podía surgir de ellos,
jugué a la ruleta rusa espetándole un “no consumo” y allí se desató su ira. “No
lo niegues; estás puesto hasta el culo de coca y no eres capaz de reconocerlo,
roñoso”, me dijo. Aquello tomaba tintes surrealistas y estuve a punto de
entablar la negociación para que no se sintiese doblemente defraudada. De modo
que, una réplica de mars attack mía y una réplica de Janis Joplin suya, se
enfrentaban en un duelo sin cuartel en este O.K. Corral que trazaban los tibios
rayos del mediodía. Lentamente se alejó. Y en mí permanece la duda. No sé si el
precio era el adecuado, ni sé si era portadora de tales polvos de talco, ni sé
si salirle al encuentro esta tarde para darle continuidad a este capítulo. Si
decido seguir esta última opción, de paso, le aconsejaré al amigo que la
precedía unas grageas disolventes para evitar nuevas mascletás fuera de tiempo.
Más que nada para no confundir al calendario y dar credibilidad a este guión
improvisado.
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