Del más barato
Entró guiada por la urgencia y su
aspecto me llamó la atención. Un abrigo cobijaba su silueta y unos pantalones
amplios se adivinaban por debajo de sus rodillas. El rostro abierto y su pelo
recogido tras el muro que el tupido pañuelo refugiaba hablaban de su origen.
Mostraba implorante un billete de cinco euros ante las miradas que la ignoraban
y no pude por menos que fijarme en ella. Sin apenas hablarnos en el mismo
idioma le pregunté qué quería y señaló hacia la máquina del tabaco. El mando
alejado que franqueaba el paso a la nicotina colgaba de la barra y así se lo
hice saber con gestos. Lo asió, y al reconvenirla de su error, pulsé el acceso
y vi cómo dudaba en la elección. Me sonó extraña la posibilidad de que fuese
fumadora y como si adivinase mi duda me dijo “es para mi marido”. No sabiendo cuál elegirle depositó sus
azabaches sobre los dibujos de las marcas y en ellas reconoció a sus raíces. La
premura se le había adosado a las mangas y una vez recogido el cambio su rostro
se humedeció. Lloraba sin consuelo y en ese lloro nació mi interrogante. Quizás
se había equivocado en la elección. Quizás el cambo esperado no cumplía con sus
expectativas. Quizás el llanto del niño que la esperaba en el escalón de
entrada la reconvenía en su tardanza. Demasiados quizases sin respuestas. Siguió
llorando y desapareció, o al menos así lo creí. Minutos después, a metros de
distancia, un atravesado impedía el paso. Un control policial daba cuenta del
apresamiento de un individuo que habría incumplido alguna normativa. Arrestado,
fue conducido por un vehículo camuflado, posiblemente a la cita judicial. Y de
nuevo apareció. Esta vez, el niño en brazos daba cuenta del biberón a todas
luces frío ya. Un carro era desplazado a ritmo de adoquines y ella, volvía a aparecer,
volvía a llorar. No pude por menos que parar su marcha y preguntarle por los
motivos de su congoja. A duras frases logró decirme que aquel a quien llevaban
detenido era su marido. Aquel que no superaba la veintena y compartía con ella
desfuturos era conducido a presencia judicial. Aquel que minutos antes le
requiriese tabaco para calmar su ansiedad acababa de ser etiquetado como ilegal
y reemprendía su camino de vuelta. La vi alejarse. El biberón languidecía y la
angustia tomaba forma. Ventipocos años de esperanzas morían tras la vitola de
un paquete de tabaco rubio y se convertían en cenizas sin haberse prendido siquiera.
No supe de su nombre ni fue necesario seguir la ruta de su desconsuelo. Un
presente se acababa de truncar y no me cupo duda de que se trataba del presente
más barato que el egoísmo suele trazar al quitarle los filtros a la miseria.
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