miércoles, 18 de abril de 2018


El médico



Con toda la precaución que provocan los superventas, me dispuse a leerlo. Un huérfano en mitad de un Londres inmisericorde con los miserables, sobrevive a base de tesón y se afana en ser médico a toda costa. Comienza su labor como ayudante de un barbero que ejerce como sacamuelas y poco a poco su ruta se va decantando hacia Oriente. Sabe que el conocimiento anida en aquellos lares y su máxima aspiración es aprender todo  lo que le faculte como doctor en medicina. Las vicisitudes de tal tránsito acompasan a la narración y las explicaciones de cómo la normativa religiosa impide o permite el estudio del cuerpo saltan de modo incesante. Aquí, el intrépido estudiante, se verá envuelto en los equilibrios de querer saber y jugársela ante la rigidez de la prohibición. Dará cumplida cuenta diseccionando cerdos al considerarse como el impuro animal hacia el que todo bisturí está permitido. Llegará un momento en el que la cercanía del trono acogedor le dará oportunidad de comprender las reglas de un juego que simula ser una batalla. Comprobará que el saber no conoce fronteras y que más allá de otros condicionantes se ofrece a quien está dispuesto a hacerlo suyo. Noah Gordon abre la posibilidad de sumarse a este deseo de aprendizaje como salida clara de la miseria que la ignorancia atenaza. Una novela con tintes históricos siempre resulta seductora. Y si el ritmo narrativo es lo suficientemente ágil, el éxito está asegurado. El hecho de dar pie a una trilogía lo faculta como guía de la misma y quiero pensar que las dos secuelas posteriores mantendrán el guión. No lo sé y tampoco creo que me apunte a seguir las andanzas de Rob Cole y descendientes. Una vez comprobada la idea gestora de dicha trilogía, lo demás, sobra. No hace demasiado tiempo el celuloide vino a poner imagen a este éxito editorial. Ni vi la película ni tengo especial interés en comprobar a simple vista lo que ya tuvo escenificación imaginativa. En cualquier caso, aquellos que deseen viajar hacia la Edad Media para hacerse una idea de que no todo fueron tinieblas, que se enfrasque en esta lectura. Puede que al final de la misma le entren unas ganas enormes de colocar las piezas sobre el damero cuadriculado para salvar al sha. Recuerde, de cualquier forma, que la casilla blanca siempre está a la derecha y que el enroque está permitido. Del sacrificio de piezas, que cada cual decida mientras piensa si esa dolencia que le ronda será liviana o no. En el fondo, casi todos somos paranoicos y doctores aficionados ante nuestras propias dolencias.  

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