viernes, 20 de abril de 2018


Un mundo feliz



Esta novela futurista me ha dejado un poso de desazón superior a lo esperado. En ella, Aldoux Huxley, anticipa al lector un modelo de sociedad futura en la que todo aquello que consideramos como normal ya no existe. Han desaparecido las guerras, las enfermedades, los deterioros. Y como contrapartida a todo este estado de dicha, el ser humano se ve sometido desde su estado embrionario a una clasificación que lo situará en la casta correspondiente a no tardar. Todo aceptado desde el aprendizaje hipnopédico de las lecciones repetidas a modo de  mantra de dicha y euforia alegre. Por si en algún momento la duda existencial apareciese, el suministro de soma acabará por remitir al ciudadano al nirvana que le privará de desconsuelos. Poco importará si tu estatus provoca reacciones en el lector que aún no ha llegado a situarse en dicha sociedad. De nada servirá que te imagines aquí o allá en la medida de verla como un futurista proyecto irrealizable. De hecho te hará gracia saber que serías partícipe de una reserva salvaje si viajases en el tiempo para aparecer con tu presente perfil. Pensarás que la sociedad se ha idiotizado de tal modo que casi no merece la pena esperar a vivirla. Comprenderás al rescatado y sabrás ver en su intención un apostolado hacia el raciocinio y la libertad de pensamiento. Así albergarás como esperanza un retroceso de la tecnificación y con ello serenarás tu espíritu. No deja de ser una novela inspirada en un pasaje shakesperiano y como tal habrá que tomarla. De sobra sabes lo aficionado que era el genio inglés a las tragedias y no vas a ser tú quien revoque su inmortal talento. De modo que dejarás para mañana la lectura del capítulo XVIII como corolario final de la obra. Sonríes, vuelves a vislumbrar los rostros protagonistas y preparas la lectura de un nuevo libro. Hasta que los perfiles de los conocidos se suman al resumen de modo inconsciente. Hasta que las formas actuales empiezan a parecerse a las premonitoras. Hasta que comprendes que Huxley ha sido más que un escritor, un profeta de lo que ya te rodea. Intentas colocarte en el escalón correspondiente y sabes que dependerá de lo que los demás decidan por ti estar en un rellano u otro. El bombardeo constante de propuestas felices te sigue los pasos y ahora empiezas a darte cuenta. Haces lo imposible por desembarcarte de semejante crucero y como no tienes clara la escotilla de salida retomas el capítulo dejado para postre de mañana. Lo lees. Empiezas a notar cómo el café se te corta a mitad de digestión y contienes para tus adentros el exabrupto que merece ser la rúbrica. La T tautológica no deja de parecer una cruz a la que se le ha segado la cabeza. Ni tú mismo sabes ya qué camino seguir a partir de ahora. No hay soma suficientemente fuerte que sea capaz de hacerte olvidar tu futuro presente.

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