Un
mundo feliz
Esta
novela futurista me ha dejado un poso de desazón superior a lo esperado. En
ella, Aldoux Huxley, anticipa al lector un modelo de sociedad futura en la que
todo aquello que consideramos como normal ya no existe. Han desaparecido las
guerras, las enfermedades, los deterioros. Y como contrapartida a todo este
estado de dicha, el ser humano se ve sometido desde su estado embrionario a una
clasificación que lo situará en la casta correspondiente a no tardar. Todo
aceptado desde el aprendizaje hipnopédico de las lecciones repetidas a modo
de mantra de dicha y euforia alegre. Por
si en algún momento la duda existencial apareciese, el suministro de soma
acabará por remitir al ciudadano al nirvana que le privará de desconsuelos.
Poco importará si tu estatus provoca reacciones en el lector que aún no ha
llegado a situarse en dicha sociedad. De nada servirá que te imagines aquí o
allá en la medida de verla como un futurista proyecto irrealizable. De hecho te
hará gracia saber que serías partícipe de una reserva salvaje si viajases en el
tiempo para aparecer con tu presente perfil. Pensarás que la sociedad se ha
idiotizado de tal modo que casi no merece la pena esperar a vivirla.
Comprenderás al rescatado y sabrás ver en su intención un apostolado hacia el
raciocinio y la libertad de pensamiento. Así albergarás como esperanza un
retroceso de la tecnificación y con ello serenarás tu espíritu. No deja de ser
una novela inspirada en un pasaje shakesperiano y como tal habrá que tomarla.
De sobra sabes lo aficionado que era el genio inglés a las tragedias y no vas a
ser tú quien revoque su inmortal talento. De modo que dejarás para mañana la
lectura del capítulo XVIII como corolario final de la obra. Sonríes, vuelves a
vislumbrar los rostros protagonistas y preparas la lectura de un nuevo libro.
Hasta que los perfiles de los conocidos se suman al resumen de modo
inconsciente. Hasta que las formas actuales empiezan a parecerse a las
premonitoras. Hasta que comprendes que Huxley ha sido más que un escritor, un
profeta de lo que ya te rodea. Intentas colocarte en el escalón correspondiente
y sabes que dependerá de lo que los demás decidan por ti estar en un rellano u
otro. El bombardeo constante de propuestas felices te sigue los pasos y ahora
empiezas a darte cuenta. Haces lo imposible por desembarcarte de semejante
crucero y como no tienes clara la escotilla de salida retomas el capítulo
dejado para postre de mañana. Lo lees. Empiezas a notar cómo el café se te
corta a mitad de digestión y contienes para tus adentros el exabrupto que
merece ser la rúbrica. La T tautológica no deja de parecer una cruz a la que se
le ha segado la cabeza. Ni tú mismo sabes ya qué camino seguir a partir de
ahora. No hay soma suficientemente fuerte que sea capaz de hacerte olvidar tu
futuro presente.
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