lunes, 23 de abril de 2018


1. Maje Leza



Diría que el modo mediante el cual nuestras teclas se cruzaron no fue el más amigable posible. A mi extrema pulcritud ante los vocablos su réplica llegó como si de una cascada se tratase para dejar los puntos claros sobre las íes. Cualquier terminación en isa podía envainarmela o mejor destinarla a las canciones guanches. Nada de dejar pasar la ocasión para demostrar de qué madera estaba hecha. Y hasta hoy. Y desde siempre, esta conductora del verso se envuelve en ellos para dar salida a quienes sienten la necesidad de explayarse siendo cual sea la categoría de los mismos. Ella, pelirroja sin saberlo, actuará como guardiana de libros a los que anaquelizar más allá del valle donde las hojas doradas alfombren sus pasos otoñales. Cruzará los límites para demostrarnos lo ilimitado que resulta el placer extraído de un buen paseo. Saciará su recuerdo con las instantáneas de los píxeles que diseminará a modo de frutos sin simiente con los que engañar a las curiosidades no permitidas. Y todo lo hará desde la dualidad sobre la que despliega las páginas de un libro inacabado. No necesita epílogos y los capítulos se le solaparán creando un aquelarre festivo. Las lloviznas de la crítica se sentirán perdidas al comprobar cómo bajo los soportales de su independencia se sigue erigiendo la firmeza de su tránsito. Siempre envuelta en mitades por acabar, los renglones torcidos la adoptarán como hada madrina. Callará su juicio ante el gris para darle la compasiva oportunidad de no reconocerse mediocre. Ella, con la mirada perdida hacia la bahía infinita, sabrá soñarse como sirena a la espera de la marea que la vuelva a conmover. Las olas que formen las letras vendrán cargadas de entrecomillados a los que enlazar con nudos de aceptación. Maje nació para ser guardiana de letras y no carcelera de sueños. A ella, que desconoce el sentido del aburrimiento, difícilmente se la podría encasillar sobre una silla con letra al respaldo. Juzgará meritorio el hecho de ser osado ante el reto del albo lienzo y será capaz de prestar la mina con la que acariciar los renglones. Todo lo demás, carecerá de importancia en el instante fugaz en el que ella decida abrir los contrafuertes de la ventana por la que volarán los versos. Su red está tejida por las estrofas que cualquier aventurero osado considera merecedora de su presencia. Hoy, cómo no, soplará sobre el lomo de aquel olvidado tomo para evitarle el polvo acumulado de la ignorancia. Lo acicalará. Y con una sonrisa pecosa lo felicitará, un años más. Pocos como ella saben del valor que encierran las letras que un día nacieran para ser compartidas.   

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