1. Maje Leza
Diría
que el modo mediante el cual nuestras teclas se cruzaron no fue el más amigable
posible. A mi extrema pulcritud ante los vocablos su réplica llegó como si de
una cascada se tratase para dejar los puntos claros sobre las íes. Cualquier
terminación en isa podía envainarmela o mejor destinarla a las canciones
guanches. Nada de dejar pasar la ocasión para demostrar de qué madera estaba
hecha. Y hasta hoy. Y desde siempre, esta conductora del verso se envuelve en
ellos para dar salida a quienes sienten la necesidad de explayarse siendo cual
sea la categoría de los mismos. Ella, pelirroja sin saberlo, actuará como
guardiana de libros a los que anaquelizar más allá del valle donde las hojas
doradas alfombren sus pasos otoñales. Cruzará los límites para demostrarnos lo
ilimitado que resulta el placer extraído de un buen paseo. Saciará su recuerdo
con las instantáneas de los píxeles que diseminará a modo de frutos sin
simiente con los que engañar a las curiosidades no permitidas. Y todo lo hará
desde la dualidad sobre la que despliega las páginas de un libro inacabado. No
necesita epílogos y los capítulos se le solaparán creando un aquelarre festivo.
Las lloviznas de la crítica se sentirán perdidas al comprobar cómo bajo los
soportales de su independencia se sigue erigiendo la firmeza de su tránsito.
Siempre envuelta en mitades por acabar, los renglones torcidos la adoptarán
como hada madrina. Callará su juicio ante el gris para darle la compasiva
oportunidad de no reconocerse mediocre. Ella, con la mirada perdida hacia la
bahía infinita, sabrá soñarse como sirena a la espera de la marea que la vuelva
a conmover. Las olas que formen las letras vendrán cargadas de entrecomillados
a los que enlazar con nudos de aceptación. Maje nació para ser guardiana de
letras y no carcelera de sueños. A ella, que desconoce el sentido del
aburrimiento, difícilmente se la podría encasillar sobre una silla con letra al
respaldo. Juzgará meritorio el hecho de ser osado ante el reto del albo lienzo
y será capaz de prestar la mina con la que acariciar los renglones. Todo lo
demás, carecerá de importancia en el instante fugaz en el que ella decida abrir
los contrafuertes de la ventana por la que volarán los versos. Su red está
tejida por las estrofas que cualquier aventurero osado considera merecedora de
su presencia. Hoy, cómo no, soplará sobre el lomo de aquel olvidado tomo para
evitarle el polvo acumulado de la ignorancia. Lo acicalará. Y con una sonrisa
pecosa lo felicitará, un años más. Pocos como ella saben del valor que
encierran las letras que un día nacieran para ser compartidas.
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