Cielos de barro
Un cierto regusto amargo, como si ya hubiese leído
esta misma historia en otras ocasiones, me dejó la novela. Dulce Chacón nos
traslada desde la época previa a la guerra civil española hasta décadas
después. Y a lo largo de esos decenios nos perfila las miserias de unos
personajes que se ganan a pulso los peores calificativos. Una masacre
desencadena la investigación de lo sucedido y da paso al trazo psicológico de
cada elemento que se digna en aparecer. Castas que nacieron desde las cunas
diversas y que se intentaron perpetuar como si el futuro les debiera vasallaje.
España profunda que queremos pensar que dejó de ser y tantas veces nos abofetea
con su presencia. Cambian atuendos y perduran comportamientos. Y las
culpabilidades se enfocan siempre hacia los débiles buscando protección para
los verdaderos culpables de los parricidios. Jarrapellejos desparramados por
las fincas que vieron luz a base de la explotación y que tantas veces se niegan
a desaparecer. Y mezclado con todo ello, las ambiciones de los que ignoran el
valor de la sangre por más que se quiera sacar a la palestra. Épocas que pasan
dejando un regusto amargo a desencanto desde la inmovilidad móvil de un ayer
condenado al olvido. Poco importará si
la escopeta cargada fue utilizada por una mano u otra. La tragedia se adivina
en la medida en que los lazos que se presuponen vínculos devienen en egoísmos
rastreros. Abusos que no se olvidan por más caprichosas que quieran resultar
las ofertas del borrado. Las buenas acciones perduran y lanzan un velo de
crédito que es rasgado a la más mínima aparición del escarnio. Ser y parecer
para seguir siendo lo que se desea ser y se sueña parecer. Truculencias que a
nada conducen cuando son guiadas por la sensación de invulnerabilidad del
poderoso. Argucias sobre las que levantar un castillo de naipes que la más leve
de las brisas acabará derribando. Y más allá de las almenas falsas aparecerá el
rostro del culpable que será incapaz de ocultar la ignominia que le califica.
Una novela con múltiples lecturas entre líneas a la que hay que prestar
atención. Los pormenores serán lo de menos cuando seamos capaces de saltar en
el tiempo para darle valor a lo que creíamos fenecido. No siempre los disparos
vendrán cargados como cartuchos de escopeta. No siempre los perdigones buscarán
los espacios abiertos sobre los que esparcir lutos. No siempre los cielos
derramarán lluvias de aguas cuando los granizos del abuso se hayan parapetado
en las nubes y esperen el momento adecuado para caer sobre las conciencias.
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