martes, 10 de abril de 2018


Cielos de barro
Un cierto regusto amargo, como si ya hubiese leído esta misma historia en otras ocasiones, me dejó la novela. Dulce Chacón nos traslada desde la época previa a la guerra civil española hasta décadas después. Y a lo largo de esos decenios nos perfila las miserias de unos personajes que se ganan a pulso los peores calificativos. Una masacre desencadena la investigación de lo sucedido y da paso al trazo psicológico de cada elemento que se digna en aparecer. Castas que nacieron desde las cunas diversas y que se intentaron perpetuar como si el futuro les debiera vasallaje. España profunda que queremos pensar que dejó de ser y tantas veces nos abofetea con su presencia. Cambian atuendos y perduran comportamientos. Y las culpabilidades se enfocan siempre hacia los débiles buscando protección para los verdaderos culpables de los parricidios. Jarrapellejos desparramados por las fincas que vieron luz a base de la explotación y que tantas veces se niegan a desaparecer. Y mezclado con todo ello, las ambiciones de los que ignoran el valor de la sangre por más que se quiera sacar a la palestra. Épocas que pasan dejando un regusto amargo a desencanto desde la inmovilidad móvil de un ayer condenado al olvido.  Poco importará si la escopeta cargada fue utilizada por una mano u otra. La tragedia se adivina en la medida en que los lazos que se presuponen vínculos devienen en egoísmos rastreros. Abusos que no se olvidan por más caprichosas que quieran resultar las ofertas del borrado. Las buenas acciones perduran y lanzan un velo de crédito que es rasgado a la más mínima aparición del escarnio. Ser y parecer para seguir siendo lo que se desea ser y se sueña parecer. Truculencias que a nada conducen cuando son guiadas por la sensación de invulnerabilidad del poderoso. Argucias sobre las que levantar un castillo de naipes que la más leve de las brisas acabará derribando. Y más allá de las almenas falsas aparecerá el rostro del culpable que será incapaz de ocultar la ignominia que le califica. Una novela con múltiples lecturas entre líneas a la que hay que prestar atención. Los pormenores serán lo de menos cuando seamos capaces de saltar en el tiempo para darle valor a lo que creíamos fenecido. No siempre los disparos vendrán cargados como cartuchos de escopeta. No siempre los perdigones buscarán los espacios abiertos sobre los que esparcir lutos. No siempre los cielos derramarán lluvias de aguas cuando los granizos del abuso se hayan parapetado en las nubes y esperen el momento adecuado para caer sobre las conciencias.  

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