domingo, 15 de abril de 2018


El funeral



Una actriz finge su muerte y en el teatro en la que se le va a rendir homenaje se presentan sus nietas, el supuesto novio de una de ellas y el representante de la fenecida. Así, dicho tal cual, Concha Velasco, Antonio Resines, Clara Alvarado, Cristina Abad y Emmanuel Medina, se embarcan en esta comedia de casi noventa minutos de duración. Y los de abajo, los espectadores que hemos acudido a la llamada de la solera de sus tablas, dando el pésame como preludio cómico a la obra. No pinta mal, nos decimos para los adentros. De modo que con cierta vorágine comienza la obra en sí y poco a poco la desilusión se empieza a situar sobre nuestras solapas. El humor rancio, más propio de aquellos programas nocturnos televisivos y sabatinos pasados de moda, pugna por hacerse de notar buscando la risa fácil. Mal vamos. Chistes colgados de referencias a programas cutres televisivos de nuevo y de plena actualidad intentan arrancar carcajadas facilonas y a fe que lo consiguen. A punto del atragantamiento, las gargantas de las filas posteriores ríen como si quisieran justificar su presencia a modo de coro agradecido. Y entonces te vienen a la memoria los papeles que han dado renombre a la protagonista a lo largo de su carrera y la decepción la atenúas como homenaje a la misma. Y ves cómo Resines vuelve a interpretarse a sí mismo en esa constante cíclica que le rubrica. Y lanzas una mueca de aceptación. Y si aparece sobre el fondo del escenario Buenafuente desde su programa grabado  para dar crédito al milagro de tal resurrección, sabes que los argumentos de producción se han impuesto para rentabilizar la inversión. Todo desde la tibieza del quiero y no puedo que te hace extraño ante tanto aplauso general que te rodea y aísla. De nada sirve el ágape de tentempiés que se distribuye para provocar la cercanía. Pensabas asistir a una obra de nivel y efectivamente acabas de comprobar el nivel que tiene. Como si fueras un percebe a punto de ser engullido por la resaca de la tormenta, te aferras a los dos minutos en los que, entonces sí, ella, Concha Velasco, lanza un monólogo que justifica los deseos que todos llevamos dentro de ser actores de nuestro propio funeral y poder comprobar cómo actúan los secundarios que nos rinden homenaje. Para ello, bastaba con el epitafio de Molière. Puede que la obra vista anoche tenga un corolario premonitorio. Pero de ahí a pasar a formar parte de la lista de obras magníficas en las que ha participado como personaje principal, habrá una eternidad, nunca mejor dicho.

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