El funeral
Una actriz finge
su muerte y en el teatro en la que se le va a rendir homenaje se presentan sus
nietas, el supuesto novio de una de ellas y el representante de la fenecida.
Así, dicho tal cual, Concha Velasco, Antonio Resines, Clara Alvarado, Cristina
Abad y Emmanuel Medina, se embarcan en esta comedia de casi noventa minutos de
duración. Y los de abajo, los espectadores que hemos acudido a la llamada de la
solera de sus tablas, dando el pésame como preludio cómico a la obra. No pinta
mal, nos decimos para los adentros. De modo que con cierta vorágine comienza la
obra en sí y poco a poco la desilusión se empieza a situar sobre nuestras
solapas. El humor rancio, más propio de aquellos programas nocturnos
televisivos y sabatinos pasados de moda, pugna por hacerse de notar buscando la
risa fácil. Mal vamos. Chistes colgados de referencias a programas cutres
televisivos de nuevo y de plena actualidad intentan arrancar carcajadas facilonas
y a fe que lo consiguen. A punto del atragantamiento, las gargantas de las
filas posteriores ríen como si quisieran justificar su presencia a modo de coro
agradecido. Y entonces te vienen a la memoria los papeles que han dado renombre
a la protagonista a lo largo de su carrera y la decepción la atenúas como
homenaje a la misma. Y ves cómo Resines vuelve a interpretarse a sí mismo en
esa constante cíclica que le rubrica. Y lanzas una mueca de aceptación. Y si
aparece sobre el fondo del escenario Buenafuente desde su programa grabado para dar crédito al milagro de tal
resurrección, sabes que los argumentos de producción se han impuesto para rentabilizar
la inversión. Todo desde la tibieza del quiero y no puedo que te hace extraño
ante tanto aplauso general que te rodea y aísla. De nada sirve el ágape de tentempiés
que se distribuye para provocar la cercanía. Pensabas asistir a una obra de
nivel y efectivamente acabas de comprobar el nivel que tiene. Como si fueras un
percebe a punto de ser engullido por la resaca de la tormenta, te aferras a los
dos minutos en los que, entonces sí, ella, Concha Velasco, lanza un monólogo
que justifica los deseos que todos llevamos dentro de ser actores de nuestro
propio funeral y poder comprobar cómo actúan los secundarios que nos rinden homenaje.
Para ello, bastaba con el epitafio de Molière. Puede que la obra vista anoche
tenga un corolario premonitorio. Pero de ahí a pasar a formar parte de la lista
de obras magníficas en las que ha participado como personaje principal, habrá
una eternidad, nunca mejor dicho.
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