jueves, 12 de abril de 2018


1. Cristina Cifuentes


Parece que la coleta rubia y lacia que la caracteriza empieza a pedir para sí misma unos bucles que la saquen de este atolladero en el que se ve envuelta. Ella, presidenta de pro, con su voz carraspeada de tanto hablar ante los atentos y desatentos, empieza a notar el sabor amargo del abandono. Sabe que la falsedad del aplauso tabernáculo y sevillano es un anticipo del adiós al que de modo más breve que luengo se verá abocada. Quedarán para el recuerdo sus cambios de look en los que el atuendo marcaba colorido con los accesorios para combinarse. Ahí delataba un estado de ánimo que intentaba ser suficientemente osado, por más adversidades que le salieran al paso. Tomó las riendas de una calesa tan pesada como atractiva y no meditó los pasos a seguir ante el irrefrenable ascenso que su puesto auguraba. Pareciera que todo estaba permitido y sería impensable no subirse al carro de la anécdota. Ahí el error, ahí el desliz, ahí la falta de tacto. Quiero pensar que otros pensaron por ella y ella se dejó llevar. Quizás nadie se atrevió a advertirle del plomo que supone la incredulidad del populacho cuando la verdad no es palpable. Cortes de aduladores a los que dar crédito acaban por desentrañar las consecuencias de una errada senda. No sé si realmente le era tan necesario un máster en su currículo como para añadirlo del modo en que lo ha hecho. Mira a su alrededor y sigue buscando a aquel que le puso la miel en los labios para exponerle alguna recriminación y no lo encuentra. Y suponiendo que lo encontrase, ¿qué respuesta esperaría? Ni ella misma lo sabe. Por su mente pasarán cadáveres políticos precedentes y en cada uno de ellos descubrirá los motivos que a ella le faltan de momento. De poco le ha servido esa huida hacia delante y acogiéndose al óleo de la extremaunción mocloíta pervive jornada tras jornada. El prisma de su fondo de armario empieza a decantarse hacia el morado y no sé yo si es el color que más combina con el dorado de sus pensamientos. Tiempo tendrá a partir de nada para acudir a la consulta del otorrino que ponga remedio a sus castigadas cuerdas vocales. Mientras tanto, y una vez que sobre el calendario se empieza a divisar un nuevo San Isidro, lo ideal será irse confeccionado un vestido a tono con la zarzuela adecuada que los hilariones de turno empiezan a entonar en su honor. De los churros y barquillos, ya irán dando cuenta entre chotis y chotis.       

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