1. Cristina Cifuentes
Parece
que la coleta rubia y lacia que la caracteriza empieza a pedir para sí misma
unos bucles que la saquen de este atolladero en el que se ve envuelta. Ella,
presidenta de pro, con su voz carraspeada de tanto hablar ante los atentos y
desatentos, empieza a notar el sabor amargo del abandono. Sabe que la falsedad
del aplauso tabernáculo y sevillano es un anticipo del adiós al que de modo más
breve que luengo se verá abocada. Quedarán para el recuerdo sus cambios de look
en los que el atuendo marcaba colorido con los accesorios para combinarse. Ahí
delataba un estado de ánimo que intentaba ser suficientemente osado, por más
adversidades que le salieran al paso. Tomó las riendas de una calesa tan pesada
como atractiva y no meditó los pasos a seguir ante el irrefrenable ascenso que
su puesto auguraba. Pareciera que todo estaba permitido y sería impensable no
subirse al carro de la anécdota. Ahí el error, ahí el desliz, ahí la falta de
tacto. Quiero pensar que otros pensaron por ella y ella se dejó llevar. Quizás
nadie se atrevió a advertirle del plomo que supone la incredulidad del
populacho cuando la verdad no es palpable. Cortes de aduladores a los que dar
crédito acaban por desentrañar las consecuencias de una errada senda. No sé si
realmente le era tan necesario un máster en su currículo como para añadirlo del
modo en que lo ha hecho. Mira a su alrededor y sigue buscando a aquel que le puso
la miel en los labios para exponerle alguna recriminación y no lo encuentra. Y
suponiendo que lo encontrase, ¿qué respuesta esperaría? Ni ella misma lo sabe.
Por su mente pasarán cadáveres políticos precedentes y en cada uno de ellos
descubrirá los motivos que a ella le faltan de momento. De poco le ha servido
esa huida hacia delante y acogiéndose al óleo de la extremaunción mocloíta pervive
jornada tras jornada. El prisma de su fondo de armario empieza a decantarse
hacia el morado y no sé yo si es el color que más combina con el dorado de sus
pensamientos. Tiempo tendrá a partir de nada para acudir a la consulta del
otorrino que ponga remedio a sus castigadas cuerdas vocales. Mientras tanto, y
una vez que sobre el calendario se empieza a divisar un nuevo San Isidro, lo
ideal será irse confeccionado un vestido a tono con la zarzuela adecuada que
los hilariones de turno empiezan a entonar en su honor. De los churros y
barquillos, ya irán dando cuenta entre chotis y chotis.
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