miércoles, 4 de abril de 2018


1. Inés Cuesta



Como si el destino hubiese querido reivindicarla para el monte, así llegó, así se asentó y así perdura. Con ese tono granadino que apenas se aleja de su deje, es capaz de dejar hueco en el gallinero a todo aquel que esté dispuesto a llenarlo de verdad. Poco importará que la cuesta de la calle se alíe con su apellido desde el momento mismo en que vea ante sí el reto a superar y la certidumbre de superarlo. Encenderá el rubio para buscarse ese minuto de pausa que restará segundos al quehacer para regresar al quehacer que tanto domina. Sabe que la cadena engrasada sobre los pedales no supondrá apenas esfuerzo. Y lo sabe porque cada vez que el rayo se aloja desde temprano sobre la baldosa del segundo cacareo ella lo pule y consigue convertirlo en escudo y blasón. Poco importará si el desnivel intenta provocar la cojera de la mesa cuando llegue la festiva noche de agosto. Ella, con el ímpetu nacido del mechón que se le ofrece como diadema, pondrá equilibrio. El trono de los peldaños barrerán los pies a la cortina que se vestirá de puente levadizo permisivo y cercano. Y sabrá que los suyos se hicieron nuestros porque nuestros se hicieron sus argumentos. Tomó el relevo que el tiempo quiso cobrarse y la tríada que forma con las próximas se convierte en el triángulo equidistante de vértices inexpugnables. Cómplice de risas que por la acera discurren cada vez que el trueno asoma por escasas que sean las nubes y nulos los rayos de la tormenta que pudieran sospecharse.  Del almirez sacará algo más que sonidos y los sabores sabrán a tiempos que regresan. Ave de paso que cruzó la diagonal para encontrar en el valle el solaz del nido. Surca el mar sin precisar de remedio ante el impensable naufragio de su travesía. Nada entre las calmas olas del cariño como si de ella misma surgiera la columna sostén de todo el edificio. Acaba de asomarse al balcón y con ello da el pistoletazo de salida a una nueva jornada. Las volutas surgidas del cenicero se convirtieron en incienso y ella, sacerdotisa suprema, buscará en las mismas los hados de la felicidad que tanto merece. Por detrás, una cresta inquieta, volverá a cacarear escondiendo el espolón que jamás precisó. Los polluelos revolotean y es el momento de volverles a dar una nueva lección de vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario