lunes, 16 de abril de 2018


Penalti



Acabo de leer la columna de mi admirado Juan Tallón en la que hace referencia al penalti que colea desde hace días y no puedo resistir la tentación de sumarme al debate. Y eso que desde el principio tuve clara mi opinión y meridiano mi deseo. Supongo que la pizza de cuatro quesos influyó cuando en mitad del réquiem de su último sector, la pena máxima fue señalada. A mi lado, Jorge, daba por válido el error sumido en su antipatía hacia el astro madrileño. Justo al lado, tres voraces, daban cuenta de dos ruedas semejantes a la nuestra sin prestar demasiada atención al jaleo reinante metros más arriba. Las cincuenta y dos pulgadas parecían vomitorios de escarnios y aquello tomaba tintes épicos según las opciones vociferantes. Clarísimo, gritaban unos; un robo, vociferaban otros. Y Jorge aduciendo a las influencias de las casas de apuestas para implementar las ludopatías nacidas al socaire del fanatismo. Cinco o seis minutos de intensa espera en ese corredor de la muerte para unos y camino de salvación para otros. De pie, como si supiésemos de la infalibilidad del chut, esperando que el balón traspasase la línea de meta, así estábamos. Sabíamos que en nada cambiaría nuestro sueño entrase o no la pelota, pero eso poco importaba. La cuestión estaba en saber que se acababa de abrir la espita de la discusión para gloria de tertulianos durante los próximos días. Daba igual si los currículos habían ocupado minutos y minutos de audiencias horas antes. Poco importaba si los lazos amarillos seguían siendo perseguidos como si de huérfanos agapornis teñidos  se tratase. Allí, a nueve metros, se decantaría la alegría o el pesar que, aunque efímero, resultaba árnicamente aceptable. De modo que han ido sucediéndose los días y el debate continúa. No tenemos remedio. Quizás si volviésemos a aquellos partidos democráticamente arbitrados por nosotros mismos, la cuestión tendría remedio. Entre todos decidíamos si el balón había sobrepasado la altura del larguero imaginario. O si el poste inexistente había repelido el chut con efecto que se aventuraba como gol. Para nada importaba si el portero acortaba el segmento que unía los dos mojones buscando estrechez en la línea de gol. Allí no se necesitaba más que lentitud en la marcha del sol hacia el ocaso diurno y posibilidad de resarcimiento en la jugada siguiente. Supongo que la no existencia de las apuestas online, de las pizzas de cuatro quesos, de los currículos falsos, tuvieron la culpa. Y sí, sí que fue penalti y penalti se pitó; la única diferencia es que entonces, lo detuvo Miguel y empatamos a trece.   

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