Penalti
Acabo de leer la columna
de mi admirado Juan Tallón en la que hace referencia al penalti que colea desde
hace días y no puedo resistir la tentación de sumarme al debate. Y eso que
desde el principio tuve clara mi opinión y meridiano mi deseo. Supongo que la
pizza de cuatro quesos influyó cuando en mitad del réquiem de su último sector,
la pena máxima fue señalada. A mi lado, Jorge, daba por válido el error sumido
en su antipatía hacia el astro madrileño. Justo al lado, tres voraces, daban
cuenta de dos ruedas semejantes a la nuestra sin prestar demasiada atención al
jaleo reinante metros más arriba. Las cincuenta y dos pulgadas parecían
vomitorios de escarnios y aquello tomaba tintes épicos según las opciones
vociferantes. Clarísimo, gritaban unos; un robo, vociferaban otros. Y Jorge
aduciendo a las influencias de las casas de apuestas para implementar las
ludopatías nacidas al socaire del fanatismo. Cinco o seis minutos de intensa
espera en ese corredor de la muerte para unos y camino de salvación para otros.
De pie, como si supiésemos de la infalibilidad del chut, esperando que el balón
traspasase la línea de meta, así estábamos. Sabíamos que en nada cambiaría
nuestro sueño entrase o no la pelota, pero eso poco importaba. La cuestión
estaba en saber que se acababa de abrir la espita de la discusión para gloria
de tertulianos durante los próximos días. Daba igual si los currículos habían
ocupado minutos y minutos de audiencias horas antes. Poco importaba si los
lazos amarillos seguían siendo perseguidos como si de huérfanos agapornis
teñidos se tratase. Allí, a nueve metros,
se decantaría la alegría o el pesar que, aunque efímero, resultaba árnicamente
aceptable. De modo que han ido sucediéndose los días y el debate continúa. No
tenemos remedio. Quizás si volviésemos a aquellos partidos democráticamente arbitrados
por nosotros mismos, la cuestión tendría remedio. Entre todos decidíamos si el
balón había sobrepasado la altura del larguero imaginario. O si el poste
inexistente había repelido el chut con efecto que se aventuraba como gol. Para
nada importaba si el portero acortaba el segmento que unía los dos mojones
buscando estrechez en la línea de gol. Allí no se necesitaba más que lentitud
en la marcha del sol hacia el ocaso diurno y posibilidad de resarcimiento en la
jugada siguiente. Supongo que la no existencia de las apuestas online, de las
pizzas de cuatro quesos, de los currículos falsos, tuvieron la culpa. Y sí, sí
que fue penalti y penalti se pitó; la única diferencia es que entonces, lo detuvo
Miguel y empatamos a trece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario