jueves, 11 de abril de 2019


  1. Araceli y Teófilo



Cada vez que surco las calles, acabo pasando por su puerta. Y os aseguro que tenía su punto de emoción traspasar aquella puerta. Como aviso previo un buzón azul encastrado en la pared te anunciaba la posibilidad de depositar las cartas convenientemente y no alterar el normal desarrollo del interior de la vivienda. Sonreías al sello y la dejabas caer. Sabías que al otro lado la recepción de las mismas estaría presta y que una saca densa pespunteada con los colores de la bandera se encargaría de trasladarla hacia la estación. De sus manos viajaban hacia los raíles las esperanzas, las añoranzas, las alegrías y todo el conjunto de necesidades que precisaban ser leídas. Si la suerte te proporcionaba la posibilidad de certificar alguna, pasabas y mientras se comprobaba el peso tu vista se entretenía en la imagen goyesca que decoraba la chimenea. Mozos y mozas compartiendo momentos y tú convidado de piedra aplaudías en silencio. Los murillos se cuadraban a la espera de la lumbre y la vida seguía a pasos agigantados hacia el adiós a la niñez. Notabas en su mirada el pesar cuando algún ribete negro envolvía al sobre de turno. Percibías cómo el pésame callado nacía de sus ojos y el matasellos se cubría de luto al estampar la fecha sobre la cara de Franco. Ellos sabrán cuántas fueron las veces en las que se vieron envueltos en esa amalgama de sensaciones. Y como si buscasen un paréntesis, allá, más adentro, una envasadora hacía las veces de compañera de trabajo en su ardua labor de precintar conservas. Tiempos en los que la palabra viajaba envuelta en cuartillas a las que se les exigía elegancia. Tiempos en los que alguna vez hubo que  leer o redactar en nombre de quienes no tuvieron la fortuna de aprender. Tiempos en los que el callejón caldeaba los hielos y templaba los bochornos. Tiempos en los que la inocencia infantil escribía a los Magos de Oriente y ellos dos, Araceli y Teófilo, se convertían en cómplices de ilusiones callando verdades. Hoy, cada vez que los pasos me guían a su antojo, vuelvo a pasar por el zócalo granulado. Vuelvo a comprobar si el sobre del recuerdo está bien cerrado. Vuelvo a sellar con una peseta volátil la carta que sigue viva. Sé que al otro lado del buzón azul, ellos dos, seguirán siendo los receptores y le darán cumplida salida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario