1.
Alejandrina S.
Empieza a clarear el día y
desde la cortina que desnuda al rocío de la noche adivino su voz. Habrá
madrugado para que todo esté preparado y nada se vea sorprendido por la
improvisación. Mirará hacia la curva y la Umbría mostrará el ronroneo del lento
discurrir del tiempo. Con un poco de suerte el maullido remitido desde la tapia
cercana le recordará la inacabada lista de obligaciones que le esperan y a las
que hará frente. Los lirios están a punto de florecer y la primavera se
anticipa como si quisiera permanecer más tiempo a su lado. Echará un vistazo al
embozo de las sábanas y volverá a recordar las puntadas que las bobinas de
colores le ofrecieron y de las que dio cumplida cuenta. Iniciales para
perpetuar señas de identidad cubiertas de morenos trazos. Y a nada que la pausa
se ofrezca sacará del cajón los folios pacientes que esperan sus letras. Abrirá
sus sentimientos y en líneas paralelas desgranará lo que dentro le anida.
Declarará sentimientos y de ellos extraerá la fortaleza suficiente para erigir
un muro de sólidos bloques, inexpugnable, invencible. Será incapaz de asaltar
el gallinero de las vergüenzas por saber que de ellas nada meritorio se
destila. Será la rabosa condescendiente que perdone errores y cuide de los
vástagos enseñándoles un modo de actuación digno de perpetuarse. Saldrá al
escenario y pondrá voz a lo que hasta entonces permanecía en silencio. Se hará
acompañar para mostrar el valor real de la osadía cuando la osadía mira de
frente y ofrece cariño. Y todo desde la sencillez, huyendo de las alharacas que
el aplauso forzado solicita. Ella, Alejandrina, sabe de sobra de qué viento te
llega la brisa y de cuál la tormenta. Ha ido acristalando los sabores de la
cuna y el cierre hermético impedirá cualquier posibilidad de paso al deterioro.
Ha apilado en los estantes de la alacena tanta vivencias que únicamente pedirá
un reloj de arena que desgrane lentamente sus arenas y le permita echarlas a
volar. Eso sí, lo hará, cuando la mañana se vuelva a desperezar, vuelva a
desprenderse del rocío y un nuevo maullido llegado desde la higuera de la tapia
cercana, le dé los buenos días. Ya se encargará de responderles del modo más
hermoso que encuentre a nada que abra el cajón y los folios la miren
sonrientes.
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