viernes, 5 de abril de 2019


1. Jesús S.



No tiene pérdida, es el que lleva sobre su pecho la tira cruzada de una bolsa que contiene lo más imprescindible de todo lo imprescindible. Sí, ese que bracea su paso como si buscase en el horizonte la llegada próxima de la penúltima novedad. Sí, hombre, sí, el que lleva de la mano la correa lo suficientemente destensada para no causarle daño al animal de compañía. Sí, claro que sí, el dueño de la autocaravana que se precia de haber transitado por los infinitos rincones a los que la aventura ha decidido encaminarlo. El que se viste de capitán Ahab desde la neumática roja buscando capturar a la ballena blanca que le salga al paso. Fluye como si de un eremita se tratase impartiendo máximas que casi siempre esconden un punto de realismo por disparatado que parezca. A modo de proclama exhibe desde la posición de centinela la rojigualda que deja claras sus intenciones patrias. Puentecilla la cuesta como si buscase en ella la aduana del antes y el después de un raciocinio que le resulta atenazador. Lía las hebras de la conversación desde el púlpito de la acera prendiendo la mecha con el fósforo de la ironía. Y se hace acompañar. Este labiado seductor timbrará los sellos sin certificado para que el deambular de la saca amarilla resulte más gratificante. Poco importará la opinión ajena a quien convencido está sobradamente de sus principios. Groucho capaz tanto de exponer los que sean precisos si la precisión del momento los reclama o modificarlos si el receptor consigue hacerle reflexionar. Vive en el nirvana perpetuo reclamando el regreso de las flores poderosas al puesto de mando. Reencarna al gurú hindú capaz de concertar a tantos seguidores como detractores en torno a su inexistente Ganges. De sus mantras, que cada cual decida, qué hacer. Obviarlos por demasiados irrealizables o reclamarlos como paso previo a su confirmación. Mientras todo este dilema se desarrolla, mientras la conclusión llama a la puerta, haceos a un lado que ya aparece y reclama atención. Esta vez el Opel dejó su mando al Audi y entre ambos decidieron ser los guías de los pasos de este que de haber sido sentenciado a crucifixión, seguramente habría conseguido el perdón del Sanedrín y habría montado una cena con Anás y Caifás como invitados de honor. No me quiero ni imaginar los resultados apócrifos de semejante posibilidad. Mejor imaginarlo como colega de un redivivo Morrison en un concierto más cercano sobre las arenas de un río que tan bien conoce.    

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