1. Jesús S.
No tiene pérdida, es el que lleva sobre su pecho la tira
cruzada de una bolsa que contiene lo más imprescindible de todo lo
imprescindible. Sí, ese que bracea su paso como si buscase en el horizonte la
llegada próxima de la penúltima novedad. Sí, hombre, sí, el que lleva de la
mano la correa lo suficientemente destensada para no causarle daño al animal de
compañía. Sí, claro que sí, el dueño de la autocaravana que se precia de haber
transitado por los infinitos rincones a los que la aventura ha decidido
encaminarlo. El que se viste de capitán Ahab desde la neumática roja buscando
capturar a la ballena blanca que le salga al paso. Fluye como si de un eremita
se tratase impartiendo máximas que casi siempre esconden un punto de realismo
por disparatado que parezca. A modo de proclama exhibe desde la posición de
centinela la rojigualda que deja claras sus intenciones patrias. Puentecilla la
cuesta como si buscase en ella la aduana del antes y el después de un
raciocinio que le resulta atenazador. Lía las hebras de la conversación desde
el púlpito de la acera prendiendo la mecha con el fósforo de la ironía. Y se
hace acompañar. Este labiado seductor timbrará los sellos sin certificado para
que el deambular de la saca amarilla resulte más gratificante. Poco importará
la opinión ajena a quien convencido está sobradamente de sus principios.
Groucho capaz tanto de exponer los que sean precisos si la precisión del
momento los reclama o modificarlos si el receptor consigue hacerle reflexionar.
Vive en el nirvana perpetuo reclamando el regreso de las flores poderosas al
puesto de mando. Reencarna al gurú hindú capaz de concertar a tantos seguidores
como detractores en torno a su inexistente Ganges. De sus mantras, que cada
cual decida, qué hacer. Obviarlos por demasiados irrealizables o reclamarlos
como paso previo a su confirmación. Mientras todo este dilema se desarrolla,
mientras la conclusión llama a la puerta, haceos a un lado que ya aparece y
reclama atención. Esta vez el Opel dejó su mando al Audi y entre ambos
decidieron ser los guías de los pasos de este que de haber sido sentenciado a
crucifixión, seguramente habría conseguido el perdón del Sanedrín y habría
montado una cena con Anás y Caifás como invitados de honor. No me quiero ni
imaginar los resultados apócrifos de semejante posibilidad. Mejor imaginarlo
como colega de un redivivo Morrison en un concierto más cercano sobre las
arenas de un río que tan bien conoce.
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