Paco B.
Posiblemente
muchos lo recuerden y muchos otros pregunten quién es. A los últimos les responderé
que fue el veterinario que apreció por Enguídanos mediados los ochenta, se
hospedó en casa de Marieta, nos hizo partícipes de las excelencias de Beefeater
y compartió con nosotros unos años
absolutamente geniales. De hecho, cada vez que Jaime Marques vuelve a aparecer
por las ondas del recuerdo, su imagen renace entonando la batucada nada más
comenzar a sonar las tres de la mañana. Un beatlemaníaco risueño capaz de dar
paso a lo innecesario para darle rango de imprescindible en cuanto la ocasión
lo exigiese. Un barbudo enfundado en las panas de la diversión a nada que la
obligación de su cargo cesase. De nada servían los razonamientos derivados de
la capa del cerdo de turno si ante ello se anticipaban las excelencias de una
buena charla. Poco importaba si aquel 4L blanco regresaba de Cuenca con la
prórroga de la milicia y las vacunas pertinentes si la noche aciagamente
divertida se nos ofrecía como fin de jornada. Ácrata neonato al que encomendar
todos los recados inimaginables sabiendo a ciencia cierta que serían ignorados
al creerlos inútiles. Él, con adiestrar
a los dogos que roían los muebles, tenía suficiente. Si la tertulia nocturna
derivaba hacia los intentos de comunicaciones espirituales, la pócima risueña
estaba más que asegurada. De nada servirían llamadas de atención hacia la
cordura cuando el dislate de la improvisación pedía paso. Nada más provocarse
una pausa, el estribillo pedía paso y Liverpool se hacía presente de nuevo. Los
horarios no formaban parte de su ADN y a nada que te descuidases te aliabas con
él hacia una nueva y dislocada ocurrencia. Se hacía, se hace de querer. Es un
tipo genial capaz de palmearte la espalda a la más mínima sospecha de abatimiento
que vea en ti. Puede que el tiempo lo haya pausado y la distancia ralentice la
llegada de sus improvisaciones. Puede que aquel paréntesis de estancia supusiese
más de lo que él mismo está dispuesto a admitir. Puede, y en eso no habrá discusión
posible, que en su hueco más íntimo sepa que aquellos años trajeron a su vida
un halo de espontaneidad que pocas veces se habrán repetido. Si me lo vuelvo a
cruzar, no tendré más que entonar el “al
dar las tres de la mañana” y esperar que Paco, mi amigo Paco, responda con “salí
de casa, radiante de alegría, vi nacer un nuevo día, ha llegado el carnaval” Lo
más seguro será que unos ladridos boxerianos ejecuten los coros y se unan a la
fiesta.
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