1.
Joaquín E.
Lo veo y no puedo por menos que recordar los momentos en los que
el cómo se anteponía al por qué. Daba igual si la insensatez devenía retadora a
lomos de la risa o si la cordura había decidido tomarse una pausa. Él, el menos
insensato de todos los insensatos, se sumaba sin hacer ruido y de su sonrisa
celadora de párpados dejaba pasar a la ocurrencia. Quizás no era el momento de
pararle los pies y ya se encargaría de firmar el corolario la circunstancia
precisa que no había sido invitada. En su Citröen 2 caballos amarillo cabía
cualquier cosa que tuviese como destino final el curso de las aguas. O bien
aparecían los aparejos de pesca reclamando meandros en busca del desperece o de
su maletero surgía la raqueta buscando hueco en el frontón a la mayor brevedad.
Y si la tensión había provocado un esguince a las cuerdas nada mejor que buscar
en la sartén todavía humeante a la sustituta cuando la partida estaba sin
acabar. Por casa, las cintas de la capa seguirían entonando la rondalla
siguiendo los compases de la bandurria semidormida. Los claveles serían convenientemente
regados al amparo del sol vivificador que ejercía de escudero de los pétalos.
Sobre la mesa alba, circular, marmórea, se adivinaba la clase magistral de anatomía
a la espera de la llegada de la anestesia en forma de consejos. El ayer se
replicaba en el hoy y Joaquín tomaba buena nota de todo ello. Ya habría tiempo
a lo largo de la madrugada para huir del bullicio de las carretillas en pos del
sosiego de la Vega. Allí, como dando paso al inminente amanecer, los ciruelos
corrían la cortina del desvelo y del cerro surgían los primeros rayos. Este que
tan acostumbrado estaba a las oliverales vivencias lograba escrutar los
tropiezos de los pensamientos y decidió diseñarles los apoyos. Las nieves han
hecho acto de aparición como si quisieran recordarle lo que no es necesario y
cada vez que nos volvemos a cruzar nos seguimos reconociendo. Probablemente de
haber vivido en el Renacimiento el mismísimo Rafael habría diseñado una torre llamada
a formar parte del escudo de armas que tan bien los identifica. Y en esa torre,
Joaquín, Chimo, seguiría buscando un hueco para el penúltimo libro que aportase
conocimiento a quien sobrado va de ello.
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