Alicia T.
Si ella ha elegido el apellido
no seré yo quien se lo cambie. Probablemente le va más, dice más de ella, la
define mejor. Porque ella es definitivamente la titiritera de un circo llamado
vida al que se apuntó hace años. Un
circo que busca la solemnidad de las actuaciones a través de la mirada
sonriente que marca su herencia genética y de la que hace gala a la más mínima
ocasión. Y todo ello desde la levedad de un cuerpo más propio de Campanilla que
ni el mismísimo Peter Pan podría imaginar. Viste sus tatuajes como si de ellos
indicase el camino a quien se atreva a recorrer los mojones de sus poros. Luce
sus zíngaras vestimentas como si Esmeralda la hubiese elegido heredera terrenal
y custodia del París soñado. Fluctuará con sus versos como si de las corrientes buscase al cimbreante junco que la
inspiración le otorgue. Abrirá sus sentimientos asumiendo el riesgo que eso
acarrea y el precio a pagar lo dará por bienvenido. Sabe que la cinta que une a
los dos pilares que forman los troncos sustentadores ha de ser lo
suficientemente elástica y lo suficientemente tensa para evitarse caídas o
vértigos innecesarios. De pronto, se adherirá a los acordes y las voces se
fusionarán para redondear las corcheas que suenen a nuevos amaneceres. No os
dejéis engañar por la imagen frágil que pudiera derivarse de un imprevisto cara
a cara. Sabe lidiar los contratiempos y cuando decide Erato le otorga sus
poderes para que los saque a la luz. De poder elegir, elegiría los anfiteatros
abiertos a la luz de las estrellas, las túnicas albas de la tragicomedia de
turno y los tonos de voz suplicantes invocando la intercesión de los dioses. De
los errores ajenos buscará las pócimas que aminoren sus daños. De los errores
propios extraerá el aprendizaje que de nada le servirá a quien da por bueno el
riesgo de volveros a cometer. Lo suyo es saberse dueña del horizonte despejado
que sobrevuela techumbres desde los que echar a volar sus esperanzas.
Probablemente los idus le sean propicios y no será preciso esperar demasiado
tiempo para comprobarlo. Mientras tanto, el pebetero que la inspira, sigue
rebosante de aceite cuya llama no deja de iluminar por muy oscura que sea la
estancia que cualquier otoño se empeñe en usurpar. De cómo será diseñado el
capitel, ni ella misma lo sabe, ni creo que le dé demasiado valor a anticipar
futuros. Su único tiempo es el presente y la carpa sigue tensa en todos los
cabos de los versos que a esta titiritera le sirven de escenario y
refugio.
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