1. Valentina
y Santiago
Cuando los veo parapetados
sobre la valla verde que protege a la Umbría no puedo por menos que derivar la
imagen a la plaza de toros del recuerdo. Plaza de toros televisiva que
provocaba la pausa a las faenas del campo y conseguía vaciar las calles desde la
llamada de las antenas de los bares. De ahí, de su devoción vitigudina, le
remite el sobrenombre, y de ello hace gala. Postura erguida en su paso mientras
a su lado Valentina trasiega las hogazas hacia la despensa. Latidos acompasados
con la pendiente como si de ellos exprimiesen el tic tac de los peldaños de su
existencia. De la esquina orientada hacia el castillo sus miradas pasean por la
senda de los tiempos pasados y del horizonte extraen el balance de todos ellos.
Dentro de nada, antes de que el sol decida mostrarse inclemente, bajarán hacia
la huerta en busca de los frutos que las aguas cristalinas cobijaron. Subidas y
bajadas al lento discurrir de aquellos que desconocen el valor engañoso de la
urgencia. Demasiadas veces han sido testigos en primera línea de cuanto
significado tiene los reveses y desde hace tiempo pausaron sus ritmos. Él,
retallará los sobrantes en los olivos de la conversación para darle sentido a
la charla que le salga al paso. Ella, volverá a preguntar de corazón por el
bienestar de los que te son cercanos y de tu respuesta lucirá la sonrisa que le
caracteriza. En nada que se den cuenta, la higuera les recordará la llegada de
una nueva estación. Las noches se poblarán de infantiles gritos entre juegos
inocentes y ellos dos revisarán para sí el calendario de una inmediata reunión con
todos los suyos. Seguirán posicionándose sobre el tendido del coso a la espera
de la siguiente lidia. No pasarán por alto las faenas y sentirán dolor en su
piel como si las banderillas del sufrimiento las quisieran evitar y cargarlas
consigo. Sonarán clarines, trompetas, timbales. Unos pases de pecho saldrán al
ruedo para dejar constancia de su tesón y de su mismo pecho brotarán los
avisos. Y llegado el momento supremo de la suerte final, el estoque de acero
dejará paso al de madera. Serían incapaces de herir por muy fiero que se
mostrase el morlaco del infortunio y lo tuviera merecido. Aquellas tardes en
las que el sobrenombre quiso adoptarlo, dejaron huella, perduran y siguen
testificando un modo de hacer llamado verdad.
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