lunes, 20 de enero de 2014


11:11

“Te vuelvo a soñar”. Acababa de ver en el reloj la hora acostumbrada y repitió lo acordado. Meses hacía que la casualidad les llevó de la mano al encuentro inesperado. Compartiendo acera, compartieron fuego y nicotinas en la distancia que juzgaron prudente y acabaron acortando. Los labios todavía remansados de café buscaron en exteriores los sueños que ocultaban para sí y adivinaban en otros ignorantes protagonistas transeúntes. Guiones de corta duración que daban vida a inanimados seres en  los que dibujaban existencias y ocultaban carencias. Cortos filmes expuestos a la curiosidad naciente y con caducidad anunciada. Allí, las primeras huellas mojadas de la mañana lluviosa les encaminaron al protector portal erigido como refugio improvisado. Las naderías pronto dieron paso a las miradas de silencios y desde ese mismo instante supieron que la hora que seccionaba dígitos supondría el inicio cierto de sus jornadas futuras. Rieron ante el hecho de figurarla como sonrisas cómplices que rasgaban en verticales a las caricias de sus ojos. Convirtieron en rito aquel nacimiento que siempre estuvieron esperando y tanto tardaba en llegar. Eran dos vidas paralelas que caminaban sin rumbo hacia un final anticipado diferente al esperado. Nunca tuvieron en cuenta la hora de partida por saber que suponía el alejamiento del gozo próximo para aproximarse a la rutina sabida. Supieron que sus yoes estaban destinados al nosotros y ni quisieron ni supieron renunciar a los designios. Aquellas excusas que les amordazaron se fueron desmoronando y las valentías aparecieron en sus vidas. No rompieron amarras con puertos seguros. Sus bahías ofrecían refugios de reproches en los que las alegrías no tenían cabida. A lomos de las olas de los reproches curvaron sus espaldas tanto tiempo que habían perdido la costumbre de reír, de compartir, de desear. Aquella tarde, la decisión se vistió de firmeza. Cada cual sentó las bases de la futura hoja de ruta que horas después tendría fecha de salida. Así, aquel once de noviembre, exactamente a las once y once, dos sonrisas se abrazaron ante la incredulidad de los paseantes que les aplaudieron con los ojos. Un cigarro se dispuso a ser compartido y no sabía   porqué retrasaban  su sacrificio ante el fuego. No tuvo que esperar demasiado. Poco después de la hora acostumbrada, con las aceras pobladas de humedades que alfombraban huellas de testigos ignorantes  el reloj que les miraba de frente, marcaba las once y once. Solo que esta vez, el humo tenía un tono diferente que exhalaban a la par aquel dúo que encontró su hora definitivamente. “Te vuelvo a soñar” se repiten desde entonces y todos sus relojes coinciden en la hora a cualquier hora

 

Jesús(defrijan)

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