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“Te vuelvo a soñar”. Acababa de ver en el reloj la hora
acostumbrada y repitió lo acordado. Meses hacía que la casualidad les llevó de
la mano al encuentro inesperado. Compartiendo acera, compartieron fuego y
nicotinas en la distancia que juzgaron prudente y acabaron acortando. Los
labios todavía remansados de café buscaron en exteriores los sueños que
ocultaban para sí y adivinaban en otros ignorantes protagonistas transeúntes.
Guiones de corta duración que daban vida a inanimados seres en los que dibujaban existencias y ocultaban
carencias. Cortos filmes expuestos a la curiosidad naciente y con caducidad
anunciada. Allí, las primeras huellas mojadas de la mañana lluviosa les
encaminaron al protector portal erigido como refugio improvisado. Las naderías
pronto dieron paso a las miradas de silencios y desde ese mismo instante
supieron que la hora que seccionaba dígitos supondría el inicio cierto de sus
jornadas futuras. Rieron ante el hecho de figurarla como sonrisas cómplices que
rasgaban en verticales a las caricias de sus ojos. Convirtieron en rito aquel
nacimiento que siempre estuvieron esperando y tanto tardaba en llegar. Eran dos
vidas paralelas que caminaban sin rumbo hacia un final anticipado diferente al
esperado. Nunca tuvieron en cuenta la hora de partida por saber que suponía el
alejamiento del gozo próximo para aproximarse a la rutina sabida. Supieron que
sus yoes estaban destinados al nosotros y ni quisieron ni supieron renunciar a
los designios. Aquellas excusas que les amordazaron se fueron desmoronando y
las valentías aparecieron en sus vidas. No rompieron amarras con puertos
seguros. Sus bahías ofrecían refugios de reproches en los que las alegrías no
tenían cabida. A lomos de las olas de los reproches curvaron sus espaldas tanto
tiempo que habían perdido la costumbre de reír, de compartir, de desear.
Aquella tarde, la decisión se vistió de firmeza. Cada cual sentó las bases de
la futura hoja de ruta que horas después tendría fecha de salida. Así, aquel
once de noviembre, exactamente a las once y once, dos sonrisas se abrazaron
ante la incredulidad de los paseantes que les aplaudieron con los ojos. Un
cigarro se dispuso a ser compartido y no sabía
porqué retrasaban su sacrificio
ante el fuego. No tuvo que esperar demasiado. Poco después de la hora
acostumbrada, con las aceras pobladas de humedades que alfombraban huellas de
testigos ignorantes el reloj que les
miraba de frente, marcaba las once y once. Solo que esta vez, el humo tenía un
tono diferente que exhalaban a la par aquel dúo que encontró su hora
definitivamente. “Te vuelvo a soñar” se repiten desde entonces y todos sus
relojes coinciden en la hora a cualquier hora
Jesús(defrijan)
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