Voces teñidas
De nuevo ocupaba el rincón olvidado en el que la compañía del
silencio de voces se apiadaba de él y venía en su auxilio. Aquí, en esa atalaya
de miradas hacia sí, había conseguido el reducto desde el que sosegar los bríos que pedían
aires vestidos de golondrinas. Poco importaba
el bullicio si en él se diluían los tonos monocordes de las monotonías.
Había enmascarado a inocentes voluntarios para prestarles una vida con la que
quizás no soñaban. Allí vivían un paralelismo de interiores que resultaría
harto difícil de explicar o comprender si fuesen capaces de descubrirse. La
osadía lo había llevado a los límites en
los que la imaginación campaba a sus anchas como bajel a la deriva en el cabo
de Buena Esperanza. Podía percibir en los timbres de sus voces la querencia
hacia el personaje y los colores imaginados en sus atuendos. Sabía que el batán de sus nombres listaba a las
tonalidades que jamás comprobaría. A sus pies la fidelidad descansaba como
guardiana de aquel que tenía como compañero. En su mutuo acuerdo no firmado
ambos se guiaban en la maraña de existencias que las diferencias agitan hacia
las compasiones. Y mientras tanto a modo de incienso, el aroma del recién
molido venía a santificar la nave de la catedral en la que oficiaba la religión
de los sueños. No tardaban en degustar entre ambos la mitad del todo que
compartían. Sabían que el acto reduciría a brevedades las tragicomedias calladas que pulirían con
finales abiertos a los entreactos reales. Voces comunes que se saludaban desde
la cortesía y a las que receptivos insuflaban esperanzas nacidas desde el pecho
reflectante. Voces que hablaban de resignaciones, de amores incipientes, de
renuncias, de cosechas. Voces a las que se aferraba este pulcro afinador de
teclas blancas extraídas del mudo piano de su voluntad. Y en esas brevedades
eternamente repetidas la pausa tenía certezas.
Su yo externo repartía plácemes mientras su gemelo interno ideaba rostros allá
que los posos testificaban el réquiem sobre la tumba de loza. Entonces, erguían
sus cuerpos a la par y a la par marcaban el paso que el bastón proaba. Fuera,
el aire traía riegos recientes y con ellos los aromas que acabarían dando marco
a la postal de vivencias que entre ambos habían teñido desde las oscuridades.
Un día más, los pasos que separaban aceras de esquinas, llevarían sus huellas.
La función de hoy había concluido y un nuevo borrador se estaba diseñando desde
donde sólo se diseñan las verdades.
Jesús(defrijan)
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