lunes, 27 de enero de 2014


Pomelos

Tenía entre sí todo el equilibrio que cualquiera hubiese soñado. Las horas de las obligaciones se alternaban en sucesión continua en el ir y regresar de las costumbres. Era feliz y no se recataba de proclamarlo desde el perfil de sus sonrisas que prodigaba por doquier. Afable con los cercanos y cordial con aquellos que a un paso estaban de serlo. Todo le transcurría desde la placidez y así lo disfrutaba. Para sus adentros, en las simas de los recuerdos, yacían las decepciones que con el tiempo había logrado tapiar con las cales del olvido. Tiempo hacía que, aquellas esperanzas no realizadas, no tenían el más mínimo espacio entre sus sombras. Por eso, aquella mañana de sábado, cuando se disponía a visitar los puestos de costumbre, se presentó como todas las anteriores simulando la sorpresa que le reservaba. Cruzó por los pasillos habituales buscando las habituales comandas que acabarían sustentadas en la alacena generosa de sus hogar. Y entonces algo regresó. Al trasluz de las vidrieras reverberaron los cítricos que le dieron la bienvenida no esperada. En ese momento se dibujaron los perfiles de aquellos dos adolescentes que les dieron vida en los cálidos julios de tiempos que creyó dormidos. Eternas jornadas que les secuestraron horas para entregárselas a las promesas. Allí, frente a frente, las pieles amarillas remitieron caricias que creyó olvidadas, sepultadas, no soñadas. Se equivocaba y ante el regreso fue dejándose vencer por la pócima de melancolía que adquirió sabores ácidos de besos recientes. No había hueco para el olvido por más que se juramentó, y aquí quedaba el reflejo de su batalla perdida. Puso rostro a quien siempre lo tuvo y soñó una vida paralela en la que la añoranza vivificase las propias respectivas ausencias. Poco importaban ya los motivos que les llevaron a trazar distancias mientras se prometieron regresos. Caminos diferentes que supondrían entregas en otros insospechados  invitados actores de segunda fila. No se había olvidado y desde ese preciso instante dejó de luchar ante el infructuoso intento de alargar el olvido. Quiso ver felicidad en el par que no le correspondía para asegurarse de su propio acierto y la misericordia para consigo se dio por vencida. Nada había sido capaz de convertir en cometa evanescente sobre las nubes del amor a aquel sabor que desde las noches de julio, por más que se engañase, le volvían a traer  los pomelos que compasivos se presentaron esa mañana de sábado rasgando  la luz que atravesaba las vidrieras.

Jesús(defrijan)

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