Pomelos
Tenía entre sí todo el equilibrio que cualquiera hubiese
soñado. Las horas de las obligaciones se alternaban en sucesión continua en el
ir y regresar de las costumbres. Era feliz y no se recataba de proclamarlo
desde el perfil de sus sonrisas que prodigaba por doquier. Afable con los
cercanos y cordial con aquellos que a un paso estaban de serlo. Todo le
transcurría desde la placidez y así lo disfrutaba. Para sus adentros, en las
simas de los recuerdos, yacían las decepciones que con el tiempo había logrado
tapiar con las cales del olvido. Tiempo hacía que, aquellas esperanzas no
realizadas, no tenían el más mínimo espacio entre sus sombras. Por eso, aquella
mañana de sábado, cuando se disponía a visitar los puestos de costumbre, se
presentó como todas las anteriores simulando la sorpresa que le reservaba.
Cruzó por los pasillos habituales buscando las habituales comandas que
acabarían sustentadas en la alacena generosa de sus hogar. Y entonces algo
regresó. Al trasluz de las vidrieras reverberaron los cítricos que le dieron la
bienvenida no esperada. En ese momento se dibujaron los perfiles de aquellos
dos adolescentes que les dieron vida en los cálidos julios de tiempos que creyó
dormidos. Eternas jornadas que les secuestraron horas para entregárselas a las
promesas. Allí, frente a frente, las pieles amarillas remitieron caricias que
creyó olvidadas, sepultadas, no soñadas. Se equivocaba y ante el regreso fue
dejándose vencer por la pócima de melancolía que adquirió sabores ácidos de
besos recientes. No había hueco para el olvido por más que se juramentó, y aquí
quedaba el reflejo de su batalla perdida. Puso rostro a quien siempre lo tuvo y
soñó una vida paralela en la que la añoranza vivificase las propias respectivas
ausencias. Poco importaban ya los motivos que les llevaron a trazar distancias
mientras se prometieron regresos. Caminos diferentes que supondrían entregas en
otros insospechados invitados actores de
segunda fila. No se había olvidado y desde ese preciso instante dejó de luchar
ante el infructuoso intento de alargar el olvido. Quiso ver felicidad en el par
que no le correspondía para asegurarse de su propio acierto y la misericordia
para consigo se dio por vencida. Nada había sido capaz de convertir en cometa
evanescente sobre las nubes del amor a aquel sabor que desde las noches de
julio, por más que se engañase, le volvían a traer los pomelos que compasivos se presentaron esa
mañana de sábado rasgando la luz que
atravesaba las vidrieras.
Jesús(defrijan)
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