viernes, 31 de enero de 2014


Eco zafio

Todo rincón que buscase como refugio le traía la voz que tanto añoraba. Habían coincidido en la brevedad que recluye a las almas impares entre los desvanes del desencanto. El verde extendía sus brillos para que aquellos necesitados de vientos libres campasen a sus anchas. El esfuerzo no resultaba ser más que una penitencia autoimpuesta para callar lo que a viva voz les reclamaba su interior. Por separado, gemelos sentires fueron a coincidir en las escalinatas que reposo cedían a los agotados ignorantes de sí mismos. Recuperaron el pulso desde la casualidad que la distancia acortó y la breve  sonrisa recibió a la sonrisa breve. Fueron conscientes de que el aire les disputaba presencias y calmados los alientos empezaron las cortesías. Fue como si nada hubiese sucedido antes desde el título de la importancia. Llegaron a decirse para sí más de lo que callaban para ellos mismos en los estrados del conformismo en el que vivían. No tuvieron el atrevimiento de concertarse para una nueva cita y sin embargo sabían ambos que la acababan de firmar. Mañanas que viajaban en el expreso del deseo hacia la estación de la tarde en la que se sabían presentes. Combinaron pasos al ritmo que el corazón les fue marcando y fueron grabando las voces del otro como nanas para los insomnios de los amantes punitivos en los que se habían convertido. La necesidad les llevó a acortar distancias y dieron paso a la valentía que tantas veces les resultó esquiva. Emprendieron la carrera lenta que el amar exige y el valor promueve. Nada importaba ya que se les notasen los porqués  porque en el fondo no era lo importante. Lo transcendente nacía en el verbo que acunaba necesidades en las volubles inquietudes que coronaban a la par. Hasta aquella vez. Aquella en la que el dulzor del enamoramiento fue segado de raíz de la manera más abrupta que se puede diseñar. No sabría certificar si fue el tono, o la premura, o la propia recepción que ella dispuso. Lo cierto resultó ser que la expresión naciente de los labios besados tantas veces en los hurtos de las horas verdes, se tiñó de fango. Él no supo o no quiso entender el adiós que le vino. Quiso culpar a la voluble caprichosa del cierre definitivo a su esperanza. Buscó en el retroceso la más mínima pista a la que remitir el reproche que le acudía. No percibió el filo de la guillotina que nació de él para cortar en él al lazo gordiano que un día, aquella soñó indestructible. El eco zafio de la palabra sobrante le sigue recordando que acertó plenamente mientras el interrogante sobrevuela sobre a aquel que aún no ha encontrado la respuesta.

Jesús ( defrijan)

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