domingo, 26 de enero de 2014


Fogones

Desde el primer instante supo que su ruta se acababa de marcar. Él, acostumbrado a enfundarse en uniformes anodinos, tuvo la seguridad de que su rumbo viraba al mar de aquellos ojos. No supo qué pedir cuando ella le preguntó  porque carecía de importancia cualquier deseo que no fuese contemplarla. La planificación de la jornada  que los cuellos encorbatados diseñaban  a su lado no resultaba más que un canto anodino plagado de obligaciones anodinas en las anodinas jornadas laborables de sus anodinas semanas laborables. El té intentó apaciguar el interior de quien no tenía entre sus planes el mecerse en el mar del sentir. No pudo por menos que malinterpretar al  ecuánime que vivía dentro de sí y que por primera vez se sentía desarmado. Quiso recomponer su actitud y algo que no sabía definir se lo impedía. Sus ojos no dejaban lugar a la duda y llevado de la mano de la confusión salió con los interrogantes en su agenda. Todo el día resultó un cíclico ir y regresar a las expresiones que confluían en aquella mirada que le había cautivado y en la que había depositado sus esperanzas. Se armó de valor y fue planificando estrategias sobre las que alcanzar lo que deseaba sabiendo lo imposible que resultaba ordenar esos latidos. En vano tuvo compasión el sueño de éste adolescente fuera de tiempo que giraba en el lecho del insomnio a la ruleta del amor. Los días sucesivos acabaron convirtiéndolo en el peregrino que se eternizaba en aquella ermita sobre la que encendió las ceras de sus ímpetus. Tuvo que luchar contra la sorpresa primigenia de aquella que no acababa de comprender la intensidad de tal sentimiento y lo que en un principio fue rechazo se amainó en el fluir de las sinceridades que de aquellos labios buscaban en ella a la receptiva soñada. Desarmada fue por este juglar venido a turbar su estancia en tierras caducas de tiempos. Llegó a plantear el absurdo resultado de tirar por la borda los títulos que sembraban de seguridades ese campo yermo de lo conveniente y pudo más lo que más valor tenía. Hoy, aquella apuesta incierta, aquella sensata locura, sigue riéndose a la par de las cobardías ajenas. Y mientras sus manos se afanan en los fogones  su sonrisa regresa por saberle afortunado. Sus labios siguen lanzando los callados versos a aquella que prestó sus ojos para que se encadenase a ellos quien una vez, sin siquiera sospecharlo, se enamoró perdidamente.  

 

Jesús(defrijan)

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