Fogones
Desde el primer instante supo que su ruta se acababa de
marcar. Él, acostumbrado a enfundarse en uniformes anodinos, tuvo la seguridad de
que su rumbo viraba al mar de aquellos ojos. No supo qué pedir cuando ella le preguntó
porque carecía de importancia cualquier
deseo que no fuese contemplarla. La planificación de la jornada que los cuellos encorbatados diseñaban a su lado no resultaba más que un canto
anodino plagado de obligaciones anodinas en las anodinas jornadas laborables de
sus anodinas semanas laborables. El té intentó apaciguar el interior de quien no
tenía entre sus planes el mecerse en el mar del sentir. No pudo por menos que malinterpretar
al ecuánime que vivía dentro de sí y que
por primera vez se sentía desarmado. Quiso recomponer su actitud y algo que no
sabía definir se lo impedía. Sus ojos no dejaban lugar a la duda y llevado de
la mano de la confusión salió con los interrogantes en su agenda. Todo el día
resultó un cíclico ir y regresar a las expresiones que confluían en aquella
mirada que le había cautivado y en la que había depositado sus esperanzas. Se
armó de valor y fue planificando estrategias sobre las que alcanzar lo que
deseaba sabiendo lo imposible que resultaba ordenar esos latidos. En vano tuvo
compasión el sueño de éste adolescente fuera de tiempo que giraba en el lecho
del insomnio a la ruleta del amor. Los días sucesivos acabaron convirtiéndolo
en el peregrino que se eternizaba en aquella ermita sobre la que encendió las
ceras de sus ímpetus. Tuvo que luchar contra la sorpresa primigenia de aquella
que no acababa de comprender la intensidad de tal sentimiento y lo que en un
principio fue rechazo se amainó en el fluir de las sinceridades que de aquellos
labios buscaban en ella a la receptiva soñada. Desarmada fue por este juglar
venido a turbar su estancia en tierras caducas de tiempos. Llegó a plantear el absurdo
resultado de tirar por la borda los títulos que sembraban de seguridades ese
campo yermo de lo conveniente y pudo más lo que más valor tenía. Hoy, aquella
apuesta incierta, aquella sensata locura, sigue riéndose a la par de las
cobardías ajenas. Y mientras sus manos se afanan en los fogones su sonrisa regresa por saberle afortunado. Sus
labios siguen lanzando los callados versos a aquella que prestó sus ojos para que
se encadenase a ellos quien una vez, sin siquiera sospecharlo, se enamoró
perdidamente.
Jesús(defrijan)
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