Nubes
En su ritual diario se presentaba la hora de costumbre. Los
postres hacía tiempo que finalizaron y fueron relevados por la carpeta que
aguardaba su turno. Se abrigó lo insuficiente para permitir que el viento de la
tarde empapase su sentir desde la caridad descendente. En breves minutos se
volvería a convertir en el alcaide de la alcazaba de sueños sobre las que
diseñaría sus vivencias no vividas. Nada era premonitorio y el libre albedrío
de las nubes lanzaría generosidades a aquel mendigo que suplicaba desde las
tintas las caridades del cielo. A sus manos llegaron relatos incompletos que
transitaban entre los troncos heridos de los cipreses callados. Él se
esforzaría en darle el final soñado por aquellos que habían rehecho
desesperaciones desde los escombros de la decepción. Prorrogaría al infinito a
las peticiones que el duelo solicitaba y que en sus yemas no tendrían un hueco
al que adherirse. Había sido el leso protagonista tantas veces que decidió
purgar por otros lo que de otros le llegase con sabor a conocido. Y tomando
como flexo a las luces del atardecer hurgaba entre los horizontes la
inspiración que solícita acudía. Habló hacia los silencios y los silencios le
respondieron partiendo a los azules en mitades inconexas. Llegaron prestadas
historias vividas, historias revividas, historias por vivir y el cincel de la
palabra las fue moldeando para darles forma. Soñaba con situarlas en los
anaqueles en los que los sueños duermen esperando un pronto despertar y cuando
la pausa llegaba lo hacía como servidora de la irreflexión que se batía en
duelo con lo meditado. Todo fluía a la rosa de los vientos que mecían su piel
amparándose en los meandros de las frías corrientes de la soledad. Era, se
había convertido, y para siempre, en el indómito domador que repudiaba al
látigo censor de las pasiones enjauladas. Lo tomaban por loco y poco importaba.
Su senda estaba trazada desde los algodones volátiles que caprichosos le
sobrevolaban y a los que se dirigía buscando respuestas. Tatuó sobre el madero
que ofició de pupitre las invisibles declaraciones que quedaron pendientes para
nunca regresar. A ellas se aferró
procurando consuelos a las mitades que alguna vez flaquearon ante los
intentos de seguir los consejos y se
dejaron derrotar. Las églogas pretéritas florecieron en los agrestes prados del
desencanto que las creyeron fuera de lugar. Y allí perdura, allí renace, allí
reposa su voz. Acercaos sigilosos, amortiguad los pasos y ocupad su puesto. A
poco que os fijéis notaréis que la tarde desemboca en el estuario de
sentimientos y está buscando entre las arenas lo que os sabe presente.
Permaneced inmóviles, quedaos mudos y alzad la vista. Vestidas de azul os
recordarán vuestra forma de querer. Él, ya lo supo por vosotros y todas las
tardes las recuerda el viento que acaricia a la colina a la que una vez llegó
quien miraba a las nubes buscando respuestas.
Jesús (defrijan)
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