martes, 28 de enero de 2014


Nubes

En su ritual diario se presentaba la hora de costumbre. Los postres hacía tiempo que finalizaron y fueron relevados por la carpeta que aguardaba su turno. Se abrigó lo insuficiente para permitir que el viento de la tarde empapase su sentir desde la caridad descendente. En breves minutos se volvería a convertir en el alcaide de la alcazaba de sueños sobre las que diseñaría sus vivencias no vividas. Nada era premonitorio y el libre albedrío de las nubes lanzaría generosidades a aquel mendigo que suplicaba desde las tintas las caridades del cielo. A sus manos llegaron relatos incompletos que transitaban entre los troncos heridos de los cipreses callados. Él se esforzaría en darle el final soñado por aquellos que habían rehecho desesperaciones desde los escombros de la decepción. Prorrogaría al infinito a las peticiones que el duelo solicitaba y que en sus yemas no tendrían un hueco al que adherirse. Había sido el leso protagonista tantas veces que decidió purgar por otros lo que de otros le llegase con sabor a conocido. Y tomando como flexo a las luces del atardecer hurgaba entre los horizontes la inspiración que solícita acudía. Habló hacia los silencios y los silencios le respondieron partiendo a los azules en mitades inconexas. Llegaron prestadas historias vividas, historias revividas, historias por vivir y el cincel de la palabra las fue moldeando para darles forma. Soñaba con situarlas en los anaqueles en los que los sueños duermen esperando un pronto despertar y cuando la pausa llegaba lo hacía como servidora de la irreflexión que se batía en duelo con lo meditado. Todo fluía a la rosa de los vientos que mecían su piel amparándose en los meandros de las frías corrientes de la soledad. Era, se había convertido, y para siempre, en el indómito domador que repudiaba al látigo censor de las pasiones enjauladas. Lo tomaban por loco y poco importaba. Su senda estaba trazada desde los algodones volátiles que caprichosos le sobrevolaban y a los que se dirigía buscando respuestas. Tatuó sobre el madero que ofició de pupitre las invisibles declaraciones que quedaron pendientes para nunca regresar. A ellas se aferró  procurando consuelos a las mitades que alguna vez flaquearon ante los intentos de  seguir los consejos y se dejaron derrotar. Las églogas pretéritas florecieron en los agrestes prados del desencanto que las creyeron fuera de lugar. Y allí perdura, allí renace, allí reposa su voz. Acercaos sigilosos, amortiguad los pasos y ocupad su puesto. A poco que os fijéis notaréis que la tarde desemboca en el estuario de sentimientos y está buscando entre las arenas lo que os sabe presente. Permaneced inmóviles, quedaos mudos y alzad la vista. Vestidas de azul os recordarán vuestra forma de querer. Él, ya lo supo por vosotros y todas las tardes las recuerda el viento que acaricia a la colina a la que una vez llegó quien miraba a las nubes buscando respuestas.

Jesús (defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario