jueves, 24 de septiembre de 2015


        Amarres

Desde bien pequeña presenció a hurtadillas, tras el hueco en penumbra de la escalera que subía al piso superior, aquellas sesiones que no acababa de comprender. Sus allegadas se reunían en torno a una mesa camilla que desde sus pies emitía templanzas en ascuas. Las faldas protegían y recogían en derredor a quienes se convertían en sacerdotisas  provisionales con aquella que acudía angustiada en busca de respuestas. Las escarchas de la calle guardaban silencio y se parapetaban próximas a los muros prestando oídos a la sesión de hechizos. Los moños peinados de nieves se alternaban en los conjuros y ella, expectante, absorta, ansiosa, aguardaba soluciones. Así, noche tras noche, empecinada en sus baldías esperanzas, creía alcanzar la meta que se había trazado  y que los embustes de aquellas dueñas del aquelarre le ofrecían como recompensa. Insistió una y otra vez en la consecución de sus sueños y cuando quiso darse cuenta, los tuvo para sí. O eso creyó aquella  a la que las sucesivas  formas de barajar le iban mostrando lo trucados que estaban los naipes. La vida le fue goteando sus apuestas en forma de reembolsos  que el destino cruel se empecinaba en cobrar. Poco a poco se dio cuenta del alto precio que estaba pagando en sus propias sangres y por más disimulos y mentones alzados en las atalayas de la soberbia, en su interior se oía el eco de la derrota. Aquel  a quien quiso ver navegante dichoso se había convertido en taciturno náufrago y nada podía darle la vuelta. El amarre de aquel barco que pensó galeón pirata tenía las maromas roídas por los salitres que no podía ocultar. Nunca se le vio risueño, feliz, pleno. La vida misma se fue encargando del diseño de las arrugas que cruzaban por su frente y el arado del desamor levantó la tierra infértil en la que nada creció. Pasaron los años, se sucedieron las estaciones, y en él se instaló el otoño permanente. Una noche, cuando ella decidió subir por aquella escalera de su infancia hacia el piso superior de nuevo, detuvo sus pasos, giró la vista, y allá abajo, esta vez sin brasero testigo, unas hebras de canas recogidas  de alguien al que siempre quiso para sí, escupían reproches desde el silencio. Sobre la pared, la imagen de dos ancianas de moños recogidos, desde un marco que olía a añejo creyó distinguir la petición de perdón.   

 

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario