Palabras diseminadas sobre el mantel del
desayuno
Tenía por costumbre cuadrar sobre la mesa todos los elementos
a modo de piezas de ajedrez. Cada mañana se le planteaba como un gran
interrogante al que asomarse para localizar soluciones que en realidad poco le
importaban. El café humeante se disputaba su atención con las pastas a las que
no era muy aficionado y morían enmohecidas en el abandono. Años hacía que había
decidido clausurar las voces que tras las ondas lanzaban proclamas a la espera
de captar atenciones en quienes malvivían escuchando sin oír. Prefería la
lectura pausada que seguía al titular carente de soberbia linotipia en las crónicas
pasadas hacía horas. Se dejaba arrastrar por el pasado para hacerlo presente y
en él apostar por el acierto o el error predictivo. No se trataba de jugar con ventaja, sino de corroborar cómo el paso
del reloj decantaba hacia una u otra ladera la caída de la roca que se desprendía
de la cima que otros reclamaban. Nula atención hacia las plásticas imágenes que
desde el marco plano de led se
atropellaban a gran velocidad y constante repetición. Y así, día tras día, fue legando
sensaciones y sumando dioptrías. Buscó hasta encontrar aquella firma que desde
la cortina del seudónimo hablaba desde la vía paralela en esa estación llamada
actualidad. Allí fue descubriendo estados de ánimo de quien autorizaba la
salida a las palabras nacidas de sus yemas para que vivieran por sí solas y muriesen en la caducidad donde mueren las utopías. Llegó a imaginar el espacio desde el cual daba
rienda suelta a su imaginación y deseó asomarse furtivamente para intentar comprender
lo incomprensible. Creaba mundos ilusos para quienes hacían de la ilusión un
traje a su medida y diseñaba los patrones sin más tiza que aquella que el
desespero reclamaba. De ahí que aquella mañana de viernes, cuando el ritual
comenzaba a repetirse, abrió de nuevo por la página de sobras conocida y un
punto de inquietud vino a modo de punzante sabor al primer sorbo del café. La
longitud habitual había menguado y el titular lo desconcertó sobremanera.
Firmaba su adiós desde los posos de un café que se había enfriado y cerraba con
ironía una etapa que llegaba a su fin. Como posdata y con sabor agridulce
recordó aquellas palabras que tantas risas provocaron en las que un genio del
humor negaba la posibilidad de pertenecer a un club al que admitiesen socios
como él mismo. Por un momento se sintió
perdido, sólo. Dejó la mesa por recoger y sobre el espejo del pasillo vio una
imagen que sumaba canas y trazaba arrugas. Cerró con dos vueltas de llave y salió despacio para no despertar a quienes aún soñaban.
Jesús(defrijan)
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