viernes, 25 de septiembre de 2015


      Palabras diseminadas sobre el mantel del desayuno

Tenía por costumbre cuadrar sobre la mesa todos los elementos a modo de piezas de ajedrez. Cada mañana se le planteaba como un gran interrogante al que asomarse para localizar soluciones que en realidad poco le importaban. El café humeante se disputaba su atención con las pastas a las que no era muy aficionado y morían enmohecidas en el abandono. Años hacía que había decidido clausurar las voces que tras las ondas lanzaban proclamas a la espera de captar atenciones en quienes malvivían escuchando sin oír. Prefería la lectura pausada que seguía al titular carente de soberbia linotipia en las crónicas pasadas hacía horas. Se dejaba arrastrar por el pasado para hacerlo presente y en él apostar por el acierto o el error predictivo. No se trataba de jugar  con ventaja, sino de corroborar cómo el paso del reloj decantaba hacia una u otra ladera la caída de la roca que se desprendía de la cima que otros reclamaban. Nula atención hacia las plásticas imágenes que desde el marco plano de led  se atropellaban a gran velocidad y constante repetición. Y así, día tras día, fue legando sensaciones y sumando dioptrías. Buscó hasta encontrar aquella firma que desde la cortina del seudónimo hablaba desde la vía paralela en esa estación llamada actualidad. Allí fue descubriendo estados de ánimo de quien autorizaba la salida a las palabras nacidas de sus yemas  para que vivieran por sí solas y muriesen  en la caducidad donde mueren las utopías.  Llegó a imaginar el espacio desde el cual daba rienda suelta a su imaginación y deseó asomarse furtivamente para intentar comprender lo incomprensible. Creaba mundos ilusos para quienes hacían de la ilusión un traje a su medida y diseñaba los patrones sin más tiza que aquella que el desespero reclamaba. De ahí que aquella mañana de viernes, cuando el ritual comenzaba a repetirse, abrió de nuevo por la página de sobras conocida y un punto de inquietud vino a modo de punzante sabor al primer sorbo del café. La longitud habitual había menguado y el titular lo desconcertó sobremanera. Firmaba su adiós desde los posos de un café que se había enfriado y cerraba con ironía una etapa que llegaba a su fin. Como posdata y con sabor agridulce recordó aquellas palabras que tantas risas provocaron en las que un genio del humor negaba la posibilidad de pertenecer a un club al que admitiesen socios como él mismo.  Por un momento se sintió perdido, sólo. Dejó la mesa por recoger y sobre el espejo del pasillo vio una imagen que sumaba canas y trazaba arrugas. Cerró con dos vueltas de  llave y salió despacio  para no despertar a quienes aún soñaban.

 
Jesús(defrijan)        

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