Ciudad Encantada
Tal denominación le llega de la infantil apreciación de
aquellos pastores que a tan temprana edad imaginaban figuras talladas por la
erosión en la caliza. La pareidolia, como fenómeno psicológico que asocia
formas a rocas, quizás estaba untada de mieles de leyendas que conseguían atemorizarlos
de tal modo que ellos mismos apostaron por llamar de ese modo al paraje situado
a mil cuatrocientos metros de altitud en
plena serranía. El serpenteo previo por el que acceder pasa de puntillas sobre
el Diablo que se asoma a la hoz desde su
Ventana y nos advierte de los pecados que acumularemos a favor si no nos
deleitamos de semejantes vistas. Las nieves esperan su turno mientras los ocupantes lícitos de esos montes
se ocultan preventivos ante los invasores que somos incapaces de localizarlos a
plena luz del día. Nada más entrar, el Hongo ejerce de permisivo aduanero y nos
va dando paso a las diferentes curvas de la imaginación. Allá un Elefante, aquí
una Tortuga, un Portaaviones, un Cocodrilo. Más arriba el Tobogán y el Mar
cargado de olas kársticas a punto de ser surfeadas por el tiempo. Las huellas
del Bárbaro que huía hacia la guarida de la Hechicera y todo ello como testigos
de la inseparable unión entre yedras, musgos y rocas. Más abajo el árbol del
Bien y del Mal cuyo fiel se inclinará según el uso que el yerbero de turno
considere mejor. Y la flor
Quitameriendas como anunciadora de la llegada del otoño en un ciclo constante
de vida. Y el epílogo esculpido entre los rostros dolientes de dos Amantes que
jamás conseguirán besarse. Todo con sabor a esponjas rocosas que flotan sobre
subterráneos cursos que alimentan al entorno. Ya imbuidos de las diapositivas
en lo más profundo, el regreso buscará su siguiente etapa en el Castillo para
servir de pendiente hacia la Plaza Mayor. La Catedral dominará orgullosa sobre
la pléyade de peregrinos que surcarán desniveles hacia el Puente de San Pablo.
Allí volverán a creer en la leyenda que convirtió a un sacerdote suicida en
paracaidista involuntario la primera vez que se lanzó, merced a sus sotanas.
Todo desde la pose elegante de las Casas Colgadas que elevarán su mentón hacia
la Hoz orgullosas de ser cuño del
encanto. Sobre la otra vertiente, el escalonado descenso a las Angustias en cuyo mitad se erige a las puertas de un convento
la cruz salvadora de aquel que estuvo a punto de sucumbir a los cantos del
demonio camuflado de virginal dama. La tarde irá cayendo y con ella el sabor en
los ojos de haber sido capaces de recorrer por enésima vez en encanto de una
ciudad llamada Cuenca a la que tantas veces se le niega lo que por derecho le
pertenece. El otoño anuncia su llegada y seguro que la elegirá como punto de
partida.
Jesús(defrijan)
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