lunes, 7 de septiembre de 2015


      Ciudad Encantada
Tal denominación le llega de la infantil apreciación de aquellos pastores que a tan temprana edad imaginaban figuras talladas por la erosión en la caliza. La pareidolia, como fenómeno psicológico que asocia formas a rocas, quizás estaba untada de mieles de leyendas que conseguían atemorizarlos de tal modo que ellos mismos apostaron por llamar de ese modo al paraje situado a  mil cuatrocientos metros de altitud en plena serranía. El serpenteo previo por el que acceder pasa de puntillas sobre el Diablo que se asoma  a la hoz desde su Ventana y nos advierte de los pecados que acumularemos a favor si no nos deleitamos de semejantes vistas. Las nieves esperan su turno  mientras los ocupantes lícitos de esos montes se ocultan preventivos ante los invasores que somos incapaces de localizarlos a plena luz del día. Nada más entrar, el Hongo ejerce de permisivo aduanero y nos va dando paso a las diferentes curvas de la imaginación. Allá un Elefante, aquí una Tortuga, un Portaaviones, un Cocodrilo. Más arriba el Tobogán y el Mar cargado de olas kársticas a punto de ser surfeadas por el tiempo. Las huellas del Bárbaro que huía hacia la guarida de la Hechicera y todo ello como testigos de la inseparable unión entre yedras, musgos y rocas. Más abajo el árbol del Bien y del Mal cuyo fiel se inclinará según el uso que el yerbero de turno considere mejor.  Y la flor Quitameriendas como anunciadora de la llegada del otoño en un ciclo constante de vida. Y el epílogo esculpido entre los rostros dolientes de dos Amantes que jamás conseguirán besarse. Todo con sabor a esponjas rocosas que flotan sobre subterráneos cursos que alimentan al entorno. Ya imbuidos de las diapositivas en lo más profundo, el regreso buscará su siguiente etapa en el Castillo para servir de pendiente hacia la Plaza Mayor. La Catedral dominará orgullosa sobre la pléyade de peregrinos que surcarán desniveles hacia el Puente de San Pablo. Allí volverán a creer en la leyenda que convirtió a un sacerdote suicida en paracaidista involuntario la primera vez que se lanzó, merced a sus sotanas. Todo desde la pose elegante de las Casas Colgadas que elevarán su mentón hacia la Hoz  orgullosas de ser cuño del encanto. Sobre la otra vertiente, el escalonado descenso a las Angustias  en cuyo mitad se erige a las puertas de un convento la cruz salvadora de aquel que estuvo a punto de sucumbir a los cantos del demonio camuflado de virginal dama. La tarde irá cayendo y con ella el sabor en los ojos de haber sido capaces de recorrer por enésima vez en encanto de una ciudad llamada Cuenca a la que tantas veces se le niega lo que por derecho le pertenece. El otoño anuncia su llegada y seguro que la elegirá como punto de partida.
 
Jesús(defrijan)

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