El desencanto
Imagino, quiero creer, que es
ese estado de ánimo en el que ves envuelto cuando aquellas expectativas no se
ven cumplidas. Puede que tus esfuerzos por evitar su llegada no hayan sido los
más convenientes; puede que tu mirada sólo hacia delante no te haya permitido
comprobar por el retrovisor aquello que en parte te hacía culpable de su
venida. Sea como fuere, de un modo consciente o inconsciente, notas que ha
llamado a tu puerta y que no está dispuesto a irse sin que le abras. Quizás
diste demasiada importancia a los detalles que tú solamente considerabas
merecedores de la misma; quizás aquella vez que guardaste silencio no debiste
permanecer callado para no aumentar la pira incendiaria que se estaba formando;
quizás no quisiste reconocer tu error al imaginar una realidad que se alejaba a
pasos agigantados de tus creencias. Sea como fuere, esa lona llamada desencanto
cubrirá el cielo de tus sueños para impedirte de modo cierto la Infinidad con
la que siempre soñaste. Y lo hará con una mezcla de sonrisa compasiva lamentándose
por ti de todo lo que en ti suena a cobardía.
Es entonces cuando te dejarás arrastrar por el torrente de similares vidas
entre las que alguien te intentará hacer ver cómo hay otros en idéntica o peor
situación que la tuya. Puede que con ello busquen proporcionar un consuelo a quien
solo lo encuentra entre las soledades que le acompañan. No acabarán de entender
que las puntillas de tus pies no desean pisar, sino flotar. No serán capaces de ir más
allá de la frontera del raciocinio que les encorseta sin ser conscientes de
ello a la vez que lo asumen como normalidad. Los pequeños detalles les han
pasado desapercibidos y buscan metas materiales que en nada te seducen. Pobres
desgraciados aquellos que tienen y no poseen la capacidad de ser. Seguro que en
el fondo siguen sin entender la existencia de soñadores a los que siguen
considerando lacras a las que ignorar, convertir o culpabilizar. Ahogarán sus
voces en peroratas de conveniencias cargadas de razones que el corazón rechaza
por más que se esfuercen en sentido contrario. Se han acostumbrado a la ropa y han olvidado a
la piel y con ello se han proporcionado el hábito gris que tan cómodos visten entre el gris de sus semejantes. Cumplirán las
normas para sentirse seguros como todo inseguro se siente en mitad de su
elección vital. Y lo más gracioso de todo será ver que siguen sin darse cuenta de que el
auténtico desencantado es él, que vive
en su espejo por más intentos de disimulo que se empeñen en mostrar. Dignos de
lástima, sin duda.
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