La paz y la palabra
Llegó a ese punto de su existencia en el que aquellos versos
inmortales lo cobijaban a modo de gabán solitario. Había aprendido a manejarse
en las turbulencias durante tanto tiempo que sobre su piel los tatuajes de la
desconfianza habían perdido su color. Sobre los surcos de la epidermis, a modo
de renglones torcidos, los restos de aquellos apuntes que tanto bien y tanto
pesar le proporcionaron se agolpaban pidiendo rescate a quien poco podía
rescatar de sí mismo. Cancelaba los batientes de las ventanas de la incredulidad con el regusto amargo de la
duda y el postigo cargado de mohín le recordaba la auténtica verdad por la que tanto disputó y de tan poco
le servía. Una vez más, un nuevo recodo escondía las penumbras por las que
transitar acompañado de su propia sombra que discreta le seguía en las noches
de lunas menguantes. Había nacido para dar y pocos eran los afortunados que así
lo entendieron a pesar de haberse entregado a causas desconocidas como
salvavidas de naufragios interiores. Sólo le quedaba la palabra y con ella, la
paz. Una paz que enmarcaría de nuevo bajo una pátina dorada que iría licuando
los desconchados de ayeres que nada significaban. El cuadro resultante lo había
descolgado en demasiadas ocasiones y sobre la pared de su alma pendía el
orificio que cruel le sonreía impertérrito a su tartamudeo. Ya flaqueaba ante
el hecho de tener que demostrar lo de sobra demostrado y los naipes marcados nunca
conocieron sus manos. Una vez más, cada vez más doliente, la noria se cargaba
con cangilones yermos a los que no merecía la pena subirse para seguir
sumergido en el vértigo que el desamor provoca. Así, los cristales ahumados por
los vahos del desencanto, dejaron de ver lo que tantas veces diferenciaron. Las
canas se establecieron a modo de pregoneras de advertencias que juró aceptar y a
las que sabía rechazadas desde el mismo momento de jurarlas. Poco importaba ya
lo que ya nada importaba y en los vaivenes de la palabra se dejó mecer. Si alguna vez lo veis adosado a un cuaderno
ajado por el uso, prestadle atención; quizás esté escribiendo por vosotros la
más hermosa historia que jamás soñasteis tener y que nació del alma. Mientras llegue ese
momento, justo al lado del ciprés de la vida, él seguirá caminado por la
palabra en busca de la paz que sin duda le sigue de cerca.
Jesus(defrijan)
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