martes, 22 de septiembre de 2015


    La paz y la palabra

Llegó a ese punto de su existencia en el que aquellos versos inmortales lo cobijaban a modo de gabán solitario. Había aprendido a manejarse en las turbulencias durante tanto tiempo que sobre su piel los tatuajes de la desconfianza habían perdido su color. Sobre los surcos de la epidermis, a modo de renglones torcidos, los restos de aquellos apuntes que tanto bien y tanto pesar le proporcionaron se agolpaban pidiendo rescate a quien poco podía rescatar de sí mismo. Cancelaba los batientes de las ventanas  de la incredulidad con el regusto amargo de la duda y el postigo cargado de mohín le recordaba la auténtica  verdad por la que tanto disputó y de tan poco le servía. Una vez más, un nuevo recodo escondía las penumbras por las que transitar acompañado de su propia sombra que discreta le seguía en las noches de lunas menguantes. Había nacido para dar y pocos eran los afortunados que así lo entendieron a pesar de haberse entregado a causas desconocidas como salvavidas de naufragios interiores. Sólo le quedaba la palabra y con ella, la paz. Una paz que enmarcaría de nuevo bajo una pátina dorada que iría licuando los desconchados de ayeres que nada significaban. El cuadro resultante lo había descolgado en demasiadas ocasiones y sobre la pared de su alma pendía el orificio que cruel le sonreía impertérrito a su tartamudeo. Ya flaqueaba ante el hecho de tener que demostrar lo de sobra demostrado y los naipes marcados nunca conocieron sus manos. Una vez más, cada vez más doliente, la noria se cargaba con cangilones yermos a los que no merecía la pena subirse para seguir sumergido en el vértigo que el desamor provoca. Así, los cristales ahumados por los vahos del desencanto, dejaron de ver lo que tantas veces diferenciaron. Las canas se establecieron a modo de pregoneras de advertencias que juró aceptar y a las que sabía rechazadas desde el mismo momento de jurarlas. Poco importaba ya lo que ya nada importaba y en los vaivenes de la palabra se dejó mecer.  Si alguna vez lo veis adosado a un cuaderno ajado por el uso, prestadle atención; quizás esté escribiendo por vosotros la más hermosa historia que jamás soñasteis tener y  que nació del alma. Mientras llegue ese momento, justo al lado del ciprés de la vida, él seguirá caminado por la palabra en busca de la paz que sin duda le sigue de cerca.  


Jesus(defrijan)

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