miércoles, 30 de septiembre de 2015


    Testigo de cargo

Siempre parten este tipo de películas sobre juicios con la ventaja añadida de situarte como testigo mudo del desarrollo de las mismas. El travelling de la cámara llevándonos de una esquina a otra de la sala, los planos cortos sobre los rostros nerviosos, los picados sobre la  toga del juez, todo apunta a captar la atención y seguir los argumentos del defensor y  del fiscal que concluirán con una sentencia absolutoria o no sobre el sospechoso.  De ahí que la trama fluctúe a lo largo del film y hasta el desenlace final permanezcamos en ascuas a la espera del veredicto. Maestros del género han dado muestras sobradas de cómo mantener la tensión y sólo hay que recurrir a la videoteca para comprobarlo. Pero si hubo una que me llamó poderosamente la atención fue “Doce hombres sin piedad”. Aquella noche de viernes cuando la pantalla emitía obras de teatro y no basuras, allí, en blanco y negro, doce miembros de un jurado tenían en sus manos el poder de condenar o salvar a un acusado. Todo parecía claro y quien más quien menos de los miembros acuciaba a los demás para dar por finiquitada la deliberación. Todos menos uno, José María Rodero, que de sus dudas fue creando un argumento en el que abogaba por demostrar la culpabilidad con pruebas claras y no con indicios. Sancho Gracia, José Bódalo , Jesús Puente, Pedro Osinaga, Luis Prendes, Manuel Alejandre,  Antonio Casal, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Fernando Delgado y Rafael Alonso  apostaban por un platillo de la balanza llamado condena  y a base de solicitar pruebas palpables que no pudieron aportar fueron decantando su voto hacia la inocencia. De modo que  la conclusión definitiva de semejante obra quedó impresa en aquellos que tuvimos la suerte de disfrutar. Creo que a partir de entonces muchos optamos por la necesidad de corroborar los indicios, de buscar las pruebas inapelables, antes de lanzar una sentencia nacida de la visceralidad. Los juicios de dios medievales quedaron en aquellas oscuras jornadas en las que se buscaba la condena alegando al supremo que sin duda tenía otras ocupaciones pero que a ellos les aprovechaba poner de su parte. Tal Inquisición derivó en juicios de valor sin garantías algunas y en algunos casos siguen en la actualidad. Por eso, si en alguna ocasión somos llamados  a declarar, lo mejor será pedir que el jurado tenga la plena certeza  en su dictamen, tanto para nosotros mismos como para los demás. De no ser así, nuevos testigos de cargo serán condenados para mayor desgracia de la justicia que debe ser imparcial si quiere vanagloriarse de justa.

 Jesús(defrijan)   

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