miércoles, 16 de septiembre de 2015


        Bailar

No le importaba  cómo, ni qué, ni siquiera con quién, lo importante era bailar. Y hacerlo desde la desinhibición que le surgía al dejarse mecer por las notas de la melodía de turno. Ellas se encargaban de trazar las líneas por las que los pies más o menos diestros danzaban mientras su vista intentaba no descender al suelo. Esa especie de salida hacia la pista venía provocada por la necesidad  y no se la podía negar a sí mismo. Corrió y asumió el riesgo de ser catalogado como demente quien toda su vida la había confeccionado sobre los pespuntes del decoro. Allí, bajo las luces parpadeantes, se transformaba y sudoroso daba rienda suelta a sus deseos. Poco importaba que llegado el momento de pausar el ritmo, las parejas se formasen y él, impar como muchos otros,  desapareciese  hacia la barra en un mal disimulado intento de ocultar esperanzas bajo la túnica supuesta del rechazo a compartir pasos. El turno lento le era ajeno y procuraba no girar la vista hacia la arena del circo musical en el que las caricias y promesas de amores se oían entre labios susurrantes. Se negaba la valentía y sus brazos cruzaba sobre sí soñando con caricias que le eran esquivas y que tan dispuesto estaba a prodigar. La bola de cristal expandiendo reflejos sobre las paredes en las que algún cuadro daba cobijo a la ilusión de quien absorto vagaba por ellas. Imaginaba las voces en cuyos tonos se mecía sobre las olas de la soledad. Había imaginado tantas tardes que cualquiera de ellas iniciaba un nuevo guión sobre el que diseñar sus frustraciones. Miraba con premura el reloj sabiendo que no superarían el número previsto aquellas melodías que reinaban por la sala y que tan solitario lo apoyaban sobre el falso cuero de la barra. No, no podía engañarse, por más poses que hubiese practicado frente al espejo que cubría la lacada puerta de su armario en aquella habitación que tantas noches calló preguntas a su regreso. Un sábado más, se haría el firme propósito de armarse de valentía y ser capaz de lanzarse a la aventura aun a expensas del no.  Apuró el trago que ya reposaba huérfano de hielos y decidido descendió los tres escalones.  Justo en ese instante, las luces volvieron a girar aceleradas y el ritmo cobró fuerza. Ya tenía a quien echarle las culpas de su cobardía y con ello excusar al infeliz que le habitaba y del que siempre se acababa compadeciendo con una falsa sonrisa.    

 Jesús(defrijan)

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