Covadonga (capítulo VI)
Casi concluyendo la semana reemprendimos marcha hacia los últimos puntos que la agenda
preveía. Las estribaciones montañosas unían en una misma orografía a dos
Comunidades y entre ellas, como suele ser habitual, la sempiterna aparición
mariana. Horadada en la roca, en un incesante trasiego de peregrinos octanados,
la gruta de Covadonga nos hablaba de favores en base a la fe para comenzar una
pelaya reconquista. Llegaron al instante aquellas imágenes extraídas de la
enciclopedia Álvarez en la que se loaba la intercesión virginal para derrotar a
la media luna y emprender un descenso de varios siglos hasta instalar la cruz
de nuevo. Allí estaba ella, echando un cable a las aguerridas tropas emboscadas
en las laderas para provocar una derrota que sería el principio del fin. El
olor a cera ardiente, se mezclaba con las oraciones silenciosas y las reliquias
se postulaban en base a la disponibilidad del monedero. Peñascos, que los implacables inviernos habían
esculpido a base de cuñas heladas, le daban un aire caballeresco inmune a las
fanfarrias de tropas mayores en número
a la postre derrotadas. Aquellas
empinadas curvas hablaban de esfuerzos sobre el pedal para coronarlas vestidos
de amarillo. Sea como fuere, ante la imposibilidad de acceso propio hacia los
Lagos, decidimos descender hacia Canga de Narcea. Y como la curiosidad suele
ser un aditivo propio a todo turista, a mitad de descenso esta ella, la sidrera
errante. Porque así se podría catalogar a aquella señora que jugaba con nuestra
misma edad y en cuyo pórtico anunciaba sidra artesanal. Detuvimos los vehículos y con todo nuestro
ánimo ecologista probamos aquel caldo que tan natural parecía. Era como si
quisiéramos perdonarnos el haber contaminado a aquellos parajes y un acto de
contrición eligiese al lagar como lugar apropiado. De modo que adquirimos
varias botellas y sobre una caja de cartón las colocamos en el maletero. Pese a
ser escasa la velocidad, empezamos a escuchar sucesivos descorches provenientes
del maletero, que convenientemente regado de sidra llegó a Cangas. De cómo fue
imposible eliminar el tufo a sidra descorchada durante años será mejor no decir
nada para no añadir escarnio a la torpeza. En todo caso, saber que en esta
población, no sólo el precio menor de la misma, sino las infinitas medidas
sanitarias a mejor, nos acabaron dejando una sensación de haber hecho el
canelo. Ya casi daba lo mismo. Nos quedaban horas para reemprender el regreso.
Había sido un placer conocer parte de esta tierra que tanto tiene que mostrar y
que tanto nos mostró para goce del recuerdo. El inmenso baúl de ida, se volvió
aún más inmenso a la vuelta, y al lluvia nos acompañó todo el resto del camino
como si quisiera recordarnos de dónde veníamos y adonde nos seguirían
esperando.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario