martes, 16 de febrero de 2016


Covadonga  (capítulo VI)

Casi concluyendo la semana reemprendimos  marcha hacia los últimos puntos que la agenda preveía. Las estribaciones montañosas unían en una misma orografía a dos Comunidades y entre ellas, como suele ser habitual, la sempiterna aparición mariana. Horadada en la roca, en un incesante trasiego de peregrinos octanados, la gruta de Covadonga nos hablaba de favores en base a la fe para comenzar una pelaya reconquista. Llegaron al instante aquellas imágenes extraídas de la enciclopedia Álvarez en la que se loaba la intercesión virginal para derrotar a la media luna y emprender un descenso de varios siglos hasta instalar la cruz de nuevo. Allí estaba ella, echando un cable a las aguerridas tropas emboscadas en las laderas para provocar una derrota que sería el principio del fin. El olor a cera ardiente, se mezclaba con las oraciones silenciosas y las reliquias se postulaban en base a la disponibilidad del monedero. Peñascos,  que los implacables inviernos habían esculpido a base de cuñas heladas, le daban un aire caballeresco inmune a las fanfarrias de tropas mayores en número  a  la postre derrotadas. Aquellas empinadas curvas hablaban de esfuerzos sobre el pedal para coronarlas vestidos de amarillo. Sea como fuere, ante la imposibilidad de acceso propio hacia los Lagos, decidimos descender hacia Canga de Narcea. Y como la curiosidad suele ser un aditivo propio a todo turista, a mitad de descenso esta ella, la sidrera errante. Porque así se podría catalogar a aquella señora que jugaba con nuestra misma edad y en cuyo pórtico anunciaba sidra artesanal.  Detuvimos los vehículos y con todo nuestro ánimo ecologista probamos aquel caldo que tan natural parecía. Era como si quisiéramos perdonarnos el haber contaminado a aquellos parajes y un acto de contrición eligiese al lagar como lugar apropiado. De modo que adquirimos varias botellas y sobre una caja de cartón las colocamos en el maletero. Pese a ser escasa la velocidad, empezamos a escuchar sucesivos descorches provenientes del maletero, que convenientemente regado de sidra llegó a Cangas. De cómo fue imposible eliminar el tufo a sidra descorchada durante años será mejor no decir nada para no añadir escarnio a la torpeza. En todo caso, saber que en esta población, no sólo el precio menor de la misma, sino las infinitas medidas sanitarias a mejor, nos acabaron dejando una sensación de haber hecho el canelo. Ya casi daba lo mismo. Nos quedaban horas para reemprender el regreso. Había sido un placer conocer parte de esta tierra que tanto tiene que mostrar y que tanto nos mostró para goce del recuerdo. El inmenso baúl de ida, se volvió aún más inmenso a la vuelta, y al lluvia nos acompañó todo el resto del camino como si quisiera recordarnos de dónde veníamos y adonde nos seguirían esperando.     



Jesús(defrijan)

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