domingo, 21 de febrero de 2016


 De Cangas de Morrazo a Vigo y Valensa  (capítulo III)

Siguiendo los consejos de unos huéspedes veteranos decidimos tomar como punto de aparcamiento la explanada del puerto de Cangas. Allí el transbordador nos llevaría a la otra punta de la bahía en aquella mañana luminosa al compás de Golpes Bajos. Nada más arribar a  Vigo, la visita al Mercado de la Piedra se hacía incuestionable y sobre aquellas escaleras todo tipo de artículos a los que dedicar nuestra atención y ánimo consumista. Firmas copiadas alternaban con las ostreiras a pie de calle que reclamaban con su destreza al deseo del caminante para saciar  su gusto. Y justo enfrente, el local que más pareciera un trasatlántico varado a la espera de tripulación. Eran marineros enfundados en uniformes de la Armada de buen yantar. En la bitácora de la carta, el mapa del tesoro que este agradecido  mar guarda para quienes son capaces de retarlo. Amplio surtido del que dimos buena cuenta antes de regresar tras un breve paseo por las avenidas próximas. Decididos a juguetear con la frontera lusa, en la Fortaleza de Valensa pudimos transitar de los bordados a las felpas mientras el gentío se arremolinaba en torno a sus murallas que habían cambiado de actores para seguir vivas. Y en uno de los recodos, Sarita, la bella Sarita. Todo el sabor al café de ultramar sobre su piel y el brillo de las olas rompiendo desde sus ojos en el batiente contoneo de sus párpados. Gacela hermosa que reinaba en aquel entresijo de monederos a la espera de ver cumplido el capricho del transeúnte. Las rejas de las ventanas mostraban la celosía de su sonrisa y las almenas se convertían en torres del homenaje ante semejante belleza. No recuerdo bien qué adquirimos, ni a qué precio, ni con qué motivo. Sobradamente recompensado estaba por más inútil que fuese la compra con tal de haber descubierto a la venus de bronce que allí moraba. Caía la tarde y con los últimos rayos de sol fuimos dando la espalda a los vestigios de la historia. Aún hay noches en las que sigo pensando qué habrá sido de su futuro. Quizás siga prodigando sonrisas a todo aquel que tenga la fortuna de traspasar el umbral de su establecimiento y encontrársela de frente. Ahora entiendo el porqué de cada vez que un juego de toallas color café viene a hacer el relevo en mis perchas, me acude una sensación de alegría que no acababa de entender.          

              Jesús(defrijan)

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