De Cangas de Morrazo a Vigo y
Valensa (capítulo III)
Siguiendo los consejos de unos huéspedes veteranos decidimos tomar como
punto de aparcamiento la explanada del puerto de Cangas. Allí el transbordador
nos llevaría a la otra punta de la bahía en aquella mañana luminosa al compás
de Golpes Bajos. Nada más arribar a Vigo,
la visita al Mercado de la Piedra se hacía incuestionable y sobre aquellas
escaleras todo tipo de artículos a los que dedicar nuestra atención y ánimo
consumista. Firmas copiadas alternaban con las ostreiras a pie de calle que
reclamaban con su destreza al deseo del caminante para saciar su gusto. Y justo enfrente, el local que más
pareciera un trasatlántico varado a la espera de tripulación. Eran marineros
enfundados en uniformes de la Armada de buen yantar. En la bitácora de la
carta, el mapa del tesoro que este agradecido
mar guarda para quienes son capaces de retarlo. Amplio surtido del que
dimos buena cuenta antes de regresar tras un breve paseo por las avenidas
próximas. Decididos a juguetear con la frontera lusa, en la Fortaleza de
Valensa pudimos transitar de los bordados a las felpas mientras el gentío se
arremolinaba en torno a sus murallas que habían cambiado de actores para seguir
vivas. Y en uno de los recodos, Sarita, la bella Sarita. Todo el sabor al café
de ultramar sobre su piel y el brillo de las olas rompiendo desde sus ojos en el
batiente contoneo de sus párpados. Gacela hermosa que reinaba en aquel
entresijo de monederos a la espera de ver cumplido el capricho del transeúnte.
Las rejas de las ventanas mostraban la celosía de su sonrisa y las almenas se
convertían en torres del homenaje ante semejante belleza. No recuerdo bien qué
adquirimos, ni a qué precio, ni con qué motivo. Sobradamente recompensado
estaba por más inútil que fuese la compra con tal de haber descubierto a la
venus de bronce que allí moraba. Caía la tarde y con los últimos rayos de sol
fuimos dando la espalda a los vestigios de la historia. Aún hay noches en las
que sigo pensando qué habrá sido de su futuro. Quizás siga prodigando sonrisas
a todo aquel que tenga la fortuna de traspasar el umbral de su establecimiento
y encontrársela de frente. Ahora entiendo el porqué de cada vez que un juego de
toallas color café viene a hacer el relevo en mis perchas, me acude una
sensación de alegría que no acababa de entender.
Jesús(defrijan)
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