domingo, 14 de febrero de 2016


Comillas,  Santa Justa, Cahecho y Fuente De. ( capítulo V)

Un incesante transitar por esta hermosa tierra nos llevó a no dar tregua a las horas y así tejer unas líneas que uniesen a parte de lo que nos quedaba por ver. De ahí que llegásemos a Comillas y frente al Palacio de Sobrellano rememorásemos una época en la que el lujo quizás tuviese su origen en el indiano de vuelta. Y el capricho del genio mostrándose en forma de arquitectura personalísima en la que dejar constancia de la existencia excepcional de mentes más allá de la ostentación vacua. Un juego de formas a modo de casita encantada a tamaño real y un bronce sentado con las piernas cruzadas observando su obra y complacido al recibir visitas. Mosaicos por doquier, cristaleras coloridas, torres rindiendo homenaje a quien es capaz de percibir lo que los sentidos tantas veces callan. Y con el último reflejo de sus muros, con la mente aún vibrando con lo presenciado, una ruta serpenteante nos acercó a Santa Justa. Recóndito lugar en el que el acantilado abraza y abriga a la playa evitándole el oleaje batiente y sobre una de sus laderas, la ermita de dicada a la santa. Curioso el hecho de buscar emplazamientos casi inaccesibles para demostrar la fe y venerar a quien la promueve. Es como si el esfuerzo añadido añadiese un plus de recompensa a quien manifiesta tal advocación y esta vez no iba a ser diferente. Quién sabe si en alguna ocasión algún navío extraviado se logró orientar en mitad de la tormenta con alguna luz proveniente de aquella gruta que ahora ocupaba la ermita. Estoy por asegurar que el mantra se repetía y el marco no podía ser más hermoso. De modo que para equilibrar lo que Cantabria nos seguía mostrando, dejamos atrás a las olas y ascendimos de nuevo a las cumbres. Traspasamos el Desfiladero de la Hermida y desde Potes, subimos a Cahecho. Una atalaya dominadora sobre el valle en la que el sol reverberaba a su antojo sobre las pizarras de sus tejados. Silencio, quietud, solaz. Un lugar idílico para la pausa y la contemplación. Quizás Horacio sin saberlo diseñó un lugar como este para dar fe de su “beatus ille” y siglos después se nos mostraba a prado abierto. Regrese sobre nuestros pasos y Fuente De retando a los vértigos para acceder a las cumbres sobre el teleférico cableado. No añadiré anda más puesto que las dos horas de espera en el nivel inferior ya hablan suficientemente del miedo que me impidió disfrutar de lo que allá arriba les aguardaba. ¿Fue un error?; posiblemente. Pero el miedo es libre y cada cual se toma el que quiere. Así que me plantearé la posibilidad de regresar y así remediarlo.          

                           

Jesús(defrijan)

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