A Colliure por Aviñón ( capítulo VI)
Los días habían transcurrido de un modo tan
intenso que al reemprender la marcha de retorno se unió al equipaje ese sentir
que la nostalgia firma cada vez que te alejas. De nuevo los túneles de salida y
las estribaciones montañosas nos fueron guiando hasta el siguiente destino que
tendría parada intermedia en territorio de papas. Así, como quien no quiere
darse cuenta, Aviñón nos ofreció parada y reposo. Una vez más el Ródano se
encargaba de dar vida a una ciudad en la que las murallas guardan secretos de
ambiciones papales y reales en épocas tan lejanas como hábitos cercanos siguen
demostrando. Sobre sus aguas, lidiando con un viento huracanado, un puente
inconcluso que daba testimonio de un fin defensivo que no llegó a tener. Más
allá, los palacios dejando santo y seña de su poderío y sobre las calles, el
teatro. Cita obligada mediado Julio para aquellos que quieren sacar a la luz
sus creaciones clównicas y cubrir con
ello a las empedradas calles de bambalinas. Heterodoxia fusionada con la
historia para que la historia se apiade de quienes no se acaban de creer
actores de su propia representación en tres actos que supone la vida.
Maquillajes, serpentinas, saltimbanquis, acróbatas y todo regado con anisetes
mundanos. Poco tiempo para disfrutarlos pero el suficiente para entender que
otra vida es posible a nada que decidamos vivirla sobre el escenario de la
ilusión. Y ya, cayendo la tarde, en busca del poeta. Sabíamos que la última
parada tendría necesariamente que rendir culto a quien decidió apostar por la
justicia vestida de versos, aulas y bibliotecas ambulantes para redención del
infeliz. Y sobre la bahía cinabrio que se encargaba de cerrar el día, Colliure.
Nada más desembarcar, a unos metros de la estancia, un muro de piedra no
demasiado alto, una verja abierta, un sin techo viviendo entre las cruces y don
Antonio Machado. Describir ese momento no resulta sencillo para quien le
profesa tanta admiración como respeto, tanta envidia como veneración, tanta
solidaridad como empatía. Solamente el aproximarme a la tumba y comprobar que
sobre la losa reposaban todo tipo de señuelos a su persona ya supuso un regalo
en sí mismo. Depositar unos versos manuscritos en el buzón que la preside y a
la par recitar el poema en su honor
consiguió poner un broche de oro a este viaje que tocaba a su fin. Mil melodías
de aquel disco de Serrat sobre la mente llegaron mientras la bandera tricolor
ondeaba sobre los restos de quien vivió como viven los Maestros, desde la tarima
de la coherencia en una clase que se llama Dignidad. Bastaba por hoy; era el
momento de degustar lo vivido y un paseo por la bahía de este encantador pueblo
ayudaría a ello. La coincidencia con aquellos que tienen la misma cuna a tanta
distancia de la misma, no dejaba de ser una casualidad y la reafirmación de
aquel dicho conocido que asegura encontrar de los tuyos por doquier.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario