jueves, 4 de febrero de 2016


A Colliure por Aviñón ( capítulo VI)

Los días habían transcurrido de un modo tan intenso que al reemprender la marcha de retorno se unió al equipaje ese sentir que la nostalgia firma cada vez que te alejas. De nuevo los túneles de salida y las estribaciones montañosas nos fueron guiando hasta el siguiente destino que tendría parada intermedia en territorio de papas. Así, como quien no quiere darse cuenta, Aviñón nos ofreció parada y reposo. Una vez más el Ródano se encargaba de dar vida a una ciudad en la que las murallas guardan secretos de ambiciones papales y reales en épocas tan lejanas como hábitos cercanos siguen demostrando. Sobre sus aguas, lidiando con un viento huracanado, un puente inconcluso que daba testimonio de un fin defensivo que no llegó a tener. Más allá, los palacios dejando santo y seña de su poderío y sobre las calles, el teatro. Cita obligada mediado Julio para aquellos que quieren sacar a la luz sus creaciones clównicas  y cubrir con ello a las empedradas calles de bambalinas. Heterodoxia fusionada con la historia para que la historia se apiade de quienes no se acaban de creer actores de su propia representación en tres actos que supone la vida. Maquillajes, serpentinas, saltimbanquis, acróbatas y todo regado con anisetes mundanos. Poco tiempo para disfrutarlos pero el suficiente para entender que otra vida es posible a nada que decidamos vivirla sobre el escenario de la ilusión. Y ya, cayendo la tarde, en busca del poeta. Sabíamos que la última parada tendría necesariamente que rendir culto a quien decidió apostar por la justicia vestida de versos, aulas y bibliotecas ambulantes para redención del infeliz. Y sobre la bahía cinabrio que se encargaba de cerrar el día, Colliure. Nada más desembarcar, a unos metros de la estancia, un muro de piedra no demasiado alto, una verja abierta, un sin techo viviendo entre las cruces y don Antonio Machado. Describir ese momento no resulta sencillo para quien le profesa tanta admiración como respeto, tanta envidia como veneración, tanta solidaridad como empatía. Solamente el aproximarme a la tumba y comprobar que sobre la losa reposaban todo tipo de señuelos a su persona ya supuso un regalo en sí mismo. Depositar unos versos manuscritos en el buzón que la preside y a la par recitar el poema  en su honor consiguió poner un broche de oro a este viaje que tocaba a su fin. Mil melodías de aquel disco de Serrat sobre la mente llegaron mientras la bandera tricolor ondeaba sobre los restos de quien vivió como viven los Maestros, desde la tarima de la coherencia en una clase que se llama Dignidad. Bastaba por hoy; era el momento de degustar lo vivido y un paseo por la bahía de este encantador pueblo ayudaría a ello. La coincidencia con aquellos que tienen la misma cuna a tanta distancia de la misma, no dejaba de ser una casualidad y la reafirmación de aquel dicho conocido que asegura encontrar de los tuyos por doquier.



Jesús(defrijan)

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