Galicia, hacia Coruña y de boda ( capítulo I)
La ocasión no podía presentarse como más propicia y al reclamo nupcial
nos dispusimos a trazar una diagonal desde el Mediterráneo en sentido noroeste.
Así, aquella mañana de finales de Junio, con las primeras luces, comenzamos a
descontar kilómetros. Y nada más circunvalar a la capital de reino, la primera
sorpresa. Un letrero anunciaba el doble de lo ya transitado y sobre la meseta
se diseñaba un recorrido interminable. No había otra, la cita estaba concertada
y con más prisa que pausa fuimos atravesando provincias. Por un momento me
vinieron a la mente aquellos aguerridos camioneros que a lomos de los pegasos
Barreiros tantas veces debieron trazar esta ruta y a los que se les habría
paliado el esfuerzo en base a los innumerables viaductos próximos al Bierzo.
Montañas sobre las que las pizarras hablaban de dominios y valles que empezaban
a poblarse de olmos fueron dando paso al destino que cubrimos antes de lo
previsto. Nada más llegar nos unimos al incesante goteo de apellidos comunes
que aprovechábamos la circunstancia para reunirnos y ser testigos de la misma.
Toda una planta del hotel tenía como inquilinos a los llegados por parte del
novio y tras las alutaciones de rigor, alguien propuso rendir pleitesía a María
Pita. Dicho, hecho y por receptor, el pulpo en sus infinitas variantes que mi
buen amigo José Antonio tuvo a bien solicitar entre charla poética y coloquio filosófico.
La tarde caía al mismo tiempo que al albariño y sin más dilación acudimos a la
previa de las varias reuniones en torno a la mesa que tendrían lugar. Los
chaqués dormían plácidamente la víspera que se anunciaba tan festiva como
resultó ser. Cuatro generaciones unidas
y más de una ausencia que el
tiempo decidió llevarse velando armas a orillas del mar. Y todo Riazor
invitándonos pasear al ritmo de las gaviotas una vez que los protocolos
hubieran terminado. Así pasó la noche, así llegó la jornada, así se dieron el
sí quiero y así disfrutamos de un ágape que dio lustre a todo el pazo
engalanado sobre el que un clásico que tuvo el honor de transportar al poeta y
reposaba en el porche. La ermita románica cerró sus bisagras y los viñedos de
las inmediaciones empezaban a preñarse de racimos. Un vez más, el rito de la
vida marcaba su compás y con él, nosotros nos sentíamos dichosos. De los
excesos provocados por la negación del no ante los manteles, casi mejor no diré
nada.
Jesús(defrijan)
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