jueves, 18 de febrero de 2016


Galicia, hacia Coruña y de boda ( capítulo I)

La ocasión no podía presentarse como más propicia y al reclamo nupcial nos dispusimos a trazar una diagonal desde el Mediterráneo en sentido noroeste. Así, aquella mañana de finales de Junio, con las primeras luces, comenzamos a descontar kilómetros. Y nada más circunvalar a la capital de reino, la primera sorpresa. Un letrero anunciaba el doble de lo ya transitado y sobre la meseta se diseñaba un recorrido interminable. No había otra, la cita estaba concertada y con más prisa que pausa fuimos atravesando provincias. Por un momento me vinieron a la mente aquellos aguerridos camioneros que a lomos de los pegasos Barreiros tantas veces debieron trazar esta ruta y a los que se les habría paliado el esfuerzo en base a los innumerables viaductos próximos al Bierzo. Montañas sobre las que las pizarras hablaban de dominios y valles que empezaban a poblarse de olmos fueron dando paso al destino que cubrimos antes de lo previsto. Nada más llegar nos unimos al incesante goteo de apellidos comunes que aprovechábamos la circunstancia para reunirnos y ser testigos de la misma. Toda una planta del hotel tenía como inquilinos a los llegados por parte del novio y tras las alutaciones de rigor, alguien propuso rendir pleitesía a María Pita. Dicho, hecho y por receptor, el pulpo en sus infinitas variantes que mi buen amigo José Antonio tuvo a bien solicitar entre charla poética y coloquio filosófico. La tarde caía al mismo tiempo que al albariño y sin más dilación acudimos a la previa de las varias reuniones en torno a la mesa que tendrían lugar. Los chaqués dormían plácidamente la víspera que se anunciaba tan festiva como resultó ser. Cuatro generaciones unidas  y  más de una ausencia que el tiempo decidió llevarse velando armas a orillas del mar. Y todo Riazor invitándonos pasear al ritmo de las gaviotas una vez que los protocolos hubieran terminado. Así pasó la noche, así llegó la jornada, así se dieron el sí quiero y así disfrutamos de un ágape que dio lustre a todo el pazo engalanado sobre el que un clásico que tuvo el honor de transportar al poeta y reposaba en el porche. La ermita románica cerró sus bisagras y los viñedos de las inmediaciones empezaban a preñarse de racimos. Un vez más, el rito de la vida marcaba su compás y con él, nosotros nos sentíamos dichosos. De los excesos provocados por la negación del no ante los manteles, casi mejor no diré nada.



Jesús(defrijan)

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